Henrik Johan Ibsen: Catilina (1848-1850)
Francisco Javier
Chaín Revuelta
En su crítica de la traducción francesa de
Catilina, publicada en Speaker en1903, James Joyce como en sueños citaba versos de
Henrik Johan Ibsen, personaje que esta nota trae a la memoria a 187 años de su
nacimiento.
Soñé
que, alado cual el antiguo Ícaro,
Volaba
muy alto bajo la bóveda celeste
En el año
1848, a la edad de 20 años, Ibsen escribe su primera pieza (romántica) titulada
Catilina “Ibsen considera a Catilina como un gran
rebelde, como un hombre de grandes ideales que lucha por regenerar a una
sociedad corrompida, pero que fracasa en su intento” así lo expresa Ana
Victoria Moncada, en el prólogo a la edición de obras de Ibsen de la Editorial
Porrúa, México, 1999.
En 1850 Ibsen
ya se estaba trasladando a Cristianía,
donde, después de intentar retomar los estudios de medicina, a pesar de llevar
una existencia de penurias económicas decide vivir de sus obras. Publica Catilina (1848-1850) bajo el
seudónimo de «Brynjolf Bjarme» que es mal acogida por la crítica y no consigue
que sea representada
De espíritu
esencialmente melancólico y pesimista, recibió fuertes críticas tras la
publicación de esta primera pieza teatral. A partir del año 1851 se decide a
vivir del teatro, y durante 10 años se desempeña como director escénico, lo que
le permite adquirir conocimiento en la técnica de la representación.
Hayry Sullón Chávez del grado/ Secc: 5º
“I” del Colegio Nicolás Copérnico en el año 2012 señalaba su parecer sobre las
características de las obras de Ibsen: “La apariencia y la realidad. El ser
verdadero y el ser no auténtico. Enfrentamiento del individuo y sus ideales con
las convenciones sociales. Idealismo Pesimista. Sus personajes son a la vez
reales y simbólicos. Finales abiertos que comprometen al espectador con la
pieza (le obligan a decidir su propio final)
Jorge Dubatti narra que este drama en tres
actos escrito en el invierno de 1848-1849 fue representado por primera vez el 3
de diciembre de 1881 en el Nya Teatern de Estocolmo. Catilina está concebida
con arreglo a los principios de la escuela romántica, pero con el intento de
desarrollar un drama histórico en relación con las tradiciones del país natal y
el ambiente del mundo en torno, cuajado de intentos revolucionarios. El
protagonista encarna, como en tantos otros héroes ibsenianos, el fracaso de lo
volitivo, de la voluntad y el buen deseo, contra la circunstancia adversa
totalmente desfavorable, por encima del Fatum o del Destino de la Tragedia
Antigua.
En 1896 Rubén Darío incluirá al autor
de Catilinia en la galería de los
personajes excepcionales de Los raros y apelará a la tópica romántica antes
reseñada para caracterizar la singularidad ibseniana.
Catilina es un drama histórico y de
conciencia. La obra inicial de todo gran autor dramático comprende, al menos,
dos dimensiones relevantes para su abordaje crítico: el interés intrínseco y
singular de la misma producción, y a su vez la posibilidad de encontrar en esa
propuesta artística los primeros esbozos en la conformación de las matrices
constitutivas de su trayectoria poética. En ese sentido, el propio Ibsen
reconoce que su primer drama teatral, Catilina, contiene varios de los rasgos
que caracterizan toda su dramaturgia:
“Muchos temas que aparecen en mis obras posteriores –la oposición entre la
aptitud y el deseo, entre la voluntad y la posibilidad, la tragicomedia del
individuo y la humanidad-, están ya allí” (Ibsen, Teatro completo, 1952)
La primera pieza teatral de Ibsen fue
recibida con indiferencia; recién en 1881, treinta años después de su primera
escritura, se realizó en Estocolmo la primera puesta en escena. Ibsen concluyó
Catilinia en 1849, y en ese mismo año tuvo su primera negativa, ya que fue rechazada
por el Teatro de Cristiana para su representación. La obra no habría sido
publicada en 1850 – con el seudónimo de Brynjolf Bjarme-, si los amigos del
autor no le hubieran financiado la edición. Tuvieron que transcurrir
veinticinco años para que el texto alcanzara su segunda publicación (1875), que
incluyó un extenso prólogo del propio Ibsen donde detallaba, entre otras
cuestiones, las repercusiones iniciales de su propuesta: “Dio algo que hablar
la pieza e interesó a estudiantes, pero la crítica me reprochó la pobreza de
mis versos y no estimo asaz madura la obra. (…) Vendimos muy pocos ejemplares
de nuestra pequeña edición” (Teatro completo, 1952).
La originalidad de la propuesta de Ibsen
no radica en el tema o el personaje elegido sino en su tratamiento. Aunque no
se pueda determinar fehacientemente si Ibsen conocía las otras versiones, al
momento de la producción de Catilina ya habían sido difundidas varias obras
teatrales (Ben Jonson, Alejandro Dumas, entre otros) sobre este episodio
conspirativo en Roma. Hay consenso de la crítica teatral en considerar que las
fuentes de inspiración del autor noruego al escribir Catilina fueron Cicerón y
Salustio, autores latinos que estaban incluidos en el programa de estudios
preparatorios que Ibsen seguía para poder ingresar a la Universidad en
Cristianía. Es innegable la referencia a Coriolanus, la tragedia romana de
William Shakeaspeare.
La singularidad de la versión ibseniana se
sitúa en el enfoque que realiza sobre el personaje romano. El autor noruego
procuró encontrar en la figura de Catilina no sólo al nefasto conspirador que
la tradición histórica clásica se encargo de promover. Sobresale su voluntad de
valorar la complejidad de un personaje atravesado por tensiones paradójicas:
quiere reformar el Estado corrupto de la época, pero intenta hacerlo con
prácticas políticas cuestionables. Catilina es atravesado por la disputa moral,
ética y afectiva que sus propias conductas le generan. Andersen Imbert afirma
que Ibsen “se apartó de la verdad histórica y del ideal político y escribió,
desnudamente, el drama de una conciencia”
La complejidad del personaje de Catilina
es acentuada por Ibsen en la articulación de los acontecimientos que la pieza
narra. La obra teatral se inicia con un parlamento de Catilina donde éste
expresa la necesidad de emprender una acción eficaz para restituir a Roma la
virtud pasada, pero también evidencia su indecisión e imposibilidad de llevar a
cabo ese emprendimiento. Será justamente un grupo de ciudadanos romanos, con
una moral y ética de dudosa dignidad, quienes cansados del régimen de gobierno
de la época impulsarán a Catilina a encabezar el levantamiento militar y
político.
Precisamente la composición dramática de
la pieza se constituye a partir de un juego de dualidades, ya que en el terreno
afectivo también el personaje se encuentra en tensión entre dos opciones: el
amor de su esposa Aurelia y la atracción por la vestal Furia. Los encuentros
idílicos de Catilina con la vestal desembocan sorpresivamente en una solicitud
de Furia: como prueba de amor le exige el juramento de venganza sobre el hombre
que un día deshonró a su hermana, y ocasionó su posterior suicidio. Trama
política y trama amorosa se cruzan estrechamente, drama histórico y melodrama:
el villano a castigar por la destrucción de una víctima inocente es el propio
Catilina, quien acaba jurando contra su propia persona. En esta escena de develamiento,
Furia mata su amor por odio y dejara apagar el fuego sagrado del templo de
Vesta, por lo que será condenada a un encierro eterno. El amor despertado por
la vestal en Curio, joven pariente de Catilina, derivará en la liberación de
Furia y en la traición: develará los planes conspirativos de Catilina. Bajo
estas circunstancias, el revolucionario y sus seguidores son derrotados por las
fuerzas romanas, y Catilina queda solo en el campo de batalla enfrentado a la
doble atracción hacia su mujer Aurelia (a quién terminará apuñalando) y hacia
la siniestra Furia, quién le dará muerte a él.