El alfabeto
Leí en el pasado varios libros de Asimov, ahora me encuentro con otro más, titulado, para fines prácticos del autor, La Tierra de Canaán, algunos de cuyos pasajes jamás olvidaré como el de la invención del alfabeto
La mayoría de los libros de historia tienden a prestar mucha atención a los grandes imperios,
a sus grandes victorias y derrotas. Se tiende a pasar por alto a las pequeñas ciudades y
naciones que nunca fueron imperios ni tuvieron un papel destacado en la guerra. Así,
habitualmente se estudia la parte occidental de la Media Luna fértil en relación con los
diversos imperios que la dominaron en uno u otro período de la historia.
Sin embargo, el extremo occidental de la Media Luna Fértil, en proporción a su tamaño, ha
contribuido más a la moderna civilización occidental que todos los poderosos imperios del
valle del Nilo y del Tigris y el Eufrates. Para mencionar sólo dos puntos, fue en la franja de
tierra que bordea el Mediterráneo oriental donde se inventó el alfabeto moderno. Y fue
también allí donde se elaboró una religión que, en formas diversas, ahora domina Europa, las
Américas, Asia occidental y el norte de Africa.
Por esas dos contribuciones solamente, la parte occidental de la Media Luna Fértil merece
un libro de historia separado, dedicado a los sucesos que se produjeron en esa parte pequeña,
pero sumamente importante, del mundo.
Pero sería útil disponer de un nombre para toda la región, pues «la parte occidental de la
Media Luna Fértil» es una frase pesada y demasiado larga para usarla con mucha frecuencia.
Ningún país ocupa ahora toda la región, pues se divide entre Siria, Líbano, Israel y Jordania,
de modo que no podemos usar ningún nombre moderno determinado. También en el pasado
estuvo dividida en naciones diferentes: Moab, Edom, Amón, Judá, Aram, etc.
En la antigüedad se usó, al menos para una parte de la región, el nombre de Canaán. Es un
nombre que nos es familiar en Occidente porque aparece en la Biblia. Por conveniencia, pues,
llamaré «Canaán» a la franja de la costa mediterránea que constituye el extremo occidental de
la Media Luna Fértil.
Durante un siglo, Canaán permaneció bajo la firme dominación egipcia. El Mitanni hizo
todo lo posible para estimular revueltas, pero no osaba ir más allá, y una ocasional marcha
hacia el Norte del ejército egipcio bastaba para sofocar revueltas y obligar al Mitanni a una
hostil pero clara retirada.
Para Canaán fue otra época de prosperidad. Ocurre a menudo que una ocupación extranjera,
aunque mal tolerada, lleva la paz a una región que, en otra situación, dedicaría el tiempo en
reyertas intestinas. Con la paz y el desarrollo del comercio bajo la égida de una potencia
protectora (a menos que esa potencia sea represiva hasta el punto del suicidio, cosa que
Egipto no era) llega la prosperidad.
Fue por entonces cuando Canaán hizo otra gigantesca contribución a la cultura mundial,
además de la invención de las ciudades, la alfarería y los viajes marítimos. Esa nueva
contribución concernía a los elementos de la escritura.
Al principio la escritura consistía en imágenes de aquello a lo que se aludía. Con el tiempo
se hizo tedioso dibujar imágenes reconocibles y se usaron símbolos reducidos. No era
necesario dibujar un buey entero, si para sugerir la idea bastaba una cabeza triangular con dos
cuernos (como una A invertida). Después de un tiempo, los garabatos que eran admitidos
como representación de un objeto particular tuvieron que ser aprendidos independientemente,
pues se hicieron demasiado esquemáticos para ser reconocidos por quien no supiera lo que
habían sido en un principio.
En los valles del Tigris y el Eufrates, donde la arcilla blanda era la sustancia común para
escribir, se hacían los símbolos perforando la arcilla con un estilete que dejaba pequeñas
marcas «cuneiformes» («en forma de cuña»). En Egipto, que poseía el papiro, podían
escribirse los signos con un pincel, y eran mucho más gráciles.
A medida que pasó el tiempo y la escritura se difundió, las cosas sobre las que era menester
escribir se hicieron más abstractas y complejas. Como consecuencia de ello, los símbolos se
hicieron aún más intrincados y difíciles de comprender. El símbolo que representaba a un
caballo también podía indicar «velocidad», y el que representaba a la boca también podía
significar «hambre». Dos símbolos unidos podían significar algo que no tenía nada que ver
con ninguno de los símbolos en la realidad, sino sólo con el sonido de ambos. Por ejemplo, si
en castellano tuviésemos un símbolo para «sol» y otro para «dar», podríamos unir ambos
símbolos para significar «soldar». [Por razones obvias, hemos tenido que cambiar el ejemplo
del original inglés. N. del T.]
Naturalmente hubo intentos de abreviar el proceso. ¿Por qué no hacer que los símbolos
representen sílabas, aunque en sí mismas las sílabas no tengan significado? Si en castellano
tuviésemos un símbolo para «man», otro para «za» y otro para «na», ninguno de los cuales es
una palabra por sí solo, combinando «man», «za» y «na» obtendríamos una representación de
la conocida fruta. La ventaja de esto consiste en que hay menos sílabas diferentes que
palabras diferentes.
Hasta podemos hacer que un símbolo represente al sonido con el que comienza la palabra de
la cosa representada. Si tenemos símbolos para representar un pote, un arco, una rata, una taza
y una espina, podemos hacer que cada uno sólo represente el sonido inicial y que pote-arcorata-
taza-espina simbolice la palabra «parte». Puede parecer ridículo usar cinco símbolos para
significar algo que puede representarse con uno sólo, pero los mismos símbolos pueden ser
combinados en infinidad de maneras y, en definitiva, sólo tendríamos dos docenas de
símbolos para representar muchos miles de palabras, y sólo tendríamos que memorizar estas
dos docenas, en lugar de muchos miles.
Los egipcios pensaron en todo esto, pero nunca dieron el paso decisivo para simplificar su
escritura. Usaron sílabas y sonidos iniciales, pero sólo los agregaron a sus símbolos originales
para palabras e ideas. La razón de ello quizás haya sido que la escritura estaba en manos de
sacerdotes que juzgaban una ventaja para ellos el hacer que la escritura fuese algo
complicado.
Esa complicación aseguraba que la escritura no se volviese demasiado común, que los legos
seguirían siendo analfabetos. De este modo, los sacerdotes serían esenciales para el Estado, en
la medida en que la escritura era esencial, y naturalmente aumentaba el poder de los
sacerdotes. Tan asociados estaban la escritura y el sacerdocio en Egipto que los signos de la
escritura egipcia fueron llamados posteriormente «jeroglíficos» por los griegos, palabra que
significa «incisiones sagradas».
No ocurrió lo mismo en Canaán, donde los comerciantes hallaron que los sistemas de
escritura intrincados causaban pérdidas en los ingresos. Si deseaban comerciar con los valles
del Eufrates, el Tigris y el Nilo, debían conocer un poco la complicada escritura cuneiforme
como la complicada escritura jeroglífica. Además, constantemente debían preparar listas,
recibos, notas de venta y todos los otros elementos del comercio en un sistema o en el otro, o
quizá en ambos. Necesitaban desesperadamente algo más breve.
Algún comerciante cananeo, un genio anónimo, decidió aplicar la idea de hacer que los
símbolos representasen el sonido inicial, como hacían a veces los egipcios, y usarlos con
exclusividad.
Así, la palabra cananea para «buey» era «'aleph», donde el símbolo ' representa una oclusión
glótica o un gruñido muy suave que no existe en español. ¿Por qué no hacer que el símbolo
para «buey» representase el sonido ' cada vez que apareciese? De igual modo los símbolos
para «casa», «camello» y «puerta», que en cananeo eran «beth», «gimel» y «daledh»,
respectivamente, podían representar a las consonantes que nosotros escribimos «b», «g» y
«d».
Finalmente, los cananeos hallaron que veintidós signos eran suficientes para representar
todas las palabras que usaban. Esos veintidós signos sólo representaban consonantes. A
nosotros esto nos parece extraño, pues las vocales son igualmente importantes. ¿Cómo
podemos saber si «ms» representa a «masa», «mesa», «misa», «musa» o «amasa»?
Pero ocurre que las lenguas semíticas se basan en ternos de consonantes. Cada conjunto de
tres consonantes representa una idea básica y, cuando se agregan vocales, se obtienen
variaciones sobre este tema básico. Las tres consonantes bastan (si se habla una lengua
semítica) para captar la idea, y por el sentido de la frase, puede saberse cuáles son las vocales
adecuadas.
Los más antiguos ejemplos conservados de escritura alfabética han sido hallados en las
ruinas de una antigua ciudad cananea llamada Ugarit, situada sobre la costa a 160 kilómetros
al norte de Biblos. Esas inscripciones se remontan, quizá, al 1400 a. C. (Ugarit fue destruida
por un terremoto, alrededor de 1350 a. C., por lo cual se han conservado esas antiguas
inscripciones. No quedaron anegadas en una inundación de objetos posteriores.)
El alfabeto es una invención mucho menos común que la de la escritura misma (aunque no
es tan importante, pues sólo se trata de una simplificación de una invención anterior).
Mientras que la idea de la escritura surgió en varios pueblos independientemente, la idea del
alfabeto parece haber aparecido sólo una vez: en Canaán, en algún momento anterior al 1400
a. C.
Pronto la idea se difundió, entre los griegos, por ejemplo. Estos, que —en tiempos
posteriores— estaban muy orgullosos de su cultura y pensaban que todos los otros pueblos
eran culturalmente inferiores, no trataron de ocultar el hecho de que la escritura alfabética no
era invención de ellos. En sus leyendas hablaban de un tal Cadmo, un príncipe de Canaán (y
hermano de Europa, cuyo rapto por Zeus había originado la civilización en Creta) que llegó a
Grecia y llevó consigo la escritura alfabética.
Los griegos deformaron los nombres sin significado (para ellos) de las letras y los
convirtieron en sonidos que les parecían más naturales. Así, «aleph», «beth», «gimmel» y
«daleth» se convirtieron en «alpha», «beta», «gamma» y «delta». Las nuevas palabras no
tenían sentido en griego, pero eran más fáciles de pronunciar para personas de habla griega.
De las dos primeras palabras, de estos nombres deformados, deriva nuestra voz «alfabeto».
Los griegos hicieron una contribución sumamente importante al alfabeto. Puesto que
hablaban una lengua indoeuropea, no semítica, el sistema de las tres consonantes no se
aplicaba a ella. No podían prescindir de las vocales. Por ello hicieron que algunos de los
símbolos cananeos representasen sonidos vocálicos. Así, a la primera letra, que representaba
la oclusión glótica, la usaron para representar la vocal que llamamos «a».
El alfabeto tuvo también amplia difusión y, en cada adopción, se deformaron cada vez más
los símbolos y los nombres y se agregaron nuevas letras o se alteraron las viejas para
representar sonidos presentes en la lengua de quienes lo adoptaban y que no existían en otras
lenguas. Pero en última instancia, todo alfabeto usado sobre la Tierra puede hacerse remontar
(se cree) al alfabeto originario de Canaán.
Aunque la escritura existía desde quince siglos antes de la invención del alfabeto, sólo con
éste surgió la clara posibilidad de que la gente común aprendiese a leer y escribir. Y al hacer
que fuese cada vez mayor el número de personas que tuvieron acceso al saber, permitió que
fuera también cada vez mayor el número de personas que hizo contribuciones a éste. Así, el
alfabeto favoreció enormemente el desarrollo de la cultura y la tecnología *.
Las ciudades costeras de Canaán también crearon otra importante técnica en esos tiempos en
general pacíficos y prósperos, una técnica relacionada con los tintes. El hombre siempre ha
considerado agradable los colores, combinados con buen gusto. Hasta los habitantes de las
cavernas prehistóricas de la Antigua Edad de Piedra usaban tierras coloreadas para preparar
sus pinturas. No es sorprendente, pues, que los hombres tratasen también de dar color a sus
tejidos.
Las substancias coloreadas que podían usarse para teñir los tejidos eran, en general,
insatisfactorias. Eran de colores apagados, o desaparecían cuando se lavaban las prendas, o se
desteñían a la luz del sol o las tres cosas a la vez. Pero en las costas cananeas había un caracol
al que podía tratarse de tal modo que brindase una substancia coloreada que teñía las ropas
perfectamente. Daba un color rojo azulado que no desaparecía con el lavado ni se desteñía.
Ese tinte fue muy codiciado durante toda la Antigüedad, se vendía a altos precios y
contribuyó enormemente a la prosperidad de las ciudades costeras de Canaán. En este caso,
los cananeos ya no se limitaban a comprar a unos y vender a otros, sino que ellos mismos
producían algo de valor. Esto fue particularmente importante, pues aunque otros podían
hacerse comerciantes y competir con los cananeos, sólo las ciudades costeras de Canaán
podían producir el tinte, mediante un proceso que conservaron cuidadosamente como secreto
de Estado.
Por entonces los fenicios también desarrollaron técnicas mejores para fabricar vidrio,
material que los egipcios elaboraban desde hacía miles de años.
Los griegos posteriores llamaron a los cananeos de la costa phoiniké, que tal vez
sencillamente fuese su versión de la palabra «mercader», que es lo que también significa
«cananeo». Pero la etimología habitual que se da de la palabra la hace derivar de la voz griega
que significa «rojo y sangre», y se supone que alude al tinte que vendían los cananeos de la
costa.
Es esa palabra griega la que se convirtió en nuestra voz «fenicio», y por lo general tendemos
a olvidar quiénes eran esas gentes. El término «cananeo» nos es familiar principalmente por la
Biblia, donde alude a los hombres del interior, mientras que la palabra «fenicio» nos es
familiar sobre todo por la historia griega, en la que se refiere a los hombres de la costa. Yo
usaré «cananeos» para los hombres del interior y «fenicios» para los de la costa, porque es lo
usual. Pero debemos recordar que los fenicios eran cananeos. Pero la prosperidad del siglo siguiente a la victoria de Tutmosis en la batalla de Cadesh no duró. Nada dura.