Supervivencia
Hace más de un siglo, Filippo Tommaso Marinetti escribió el primer manifiesto futurista, texto que dio origen al movimiento estético más contradictorio, controvertido e incendiario de la historia del modernismo. El show Italian Futurism 1909-1944. Reinventing the Universe, del Museo Guggenheim de Nueva York, es la mayor muestra jamás reunida fuera de Italia de las obras de quienes clamaban por la destrucción de las bibliotecas y los museos, cantaban himnos a las máquinas y a la velocidad, glorificaban la guerra como el único método de higiene mundial y exigían que el arte debía ser total. Por primera vez se muestra aquí la evolución del futurismo, de su período “heroico”, que culmina con la llegada del fascismo, a la “Segunda ola” que acaba en la segunda guerra mundial, la cual fue menos dogmática y menos reconocida. El futurismo se presentaba como un movimiento antifilosófico, antiburgués (el burgués es la víctima favorita de todos los movimientos de ruptura) y anticultural que debía expandirse a todos los dominios de la vida, desde la política hasta la publicidad, y fue el primer movimiento pop. Las dos guerras mundiales proyectaron al futurismo con su propaganda beligerante (y docenas de manifiestos) al proverbial basurero de la historia. Sin embargo, es fundamental reconocer que, para bien y para mal, ciertas propuestas estéticas de varios artistas identificados con este movimiento sobrevivieron a su ideología y resultaron poderosas influencias en las corrientes y actitudes artísticas posteriores.
El hombre de las contradicciones
El futurismo está íntimamente relacionado con la personalidad de Marinetti: surge con la publicación del primer manifiesto de 1909 y culmina con su muerte en 1944. Marinetti se apropió de un nacionalismo enfebrecido, a pesar de vivir en París y de estar más cercano al medio artístico francés que del italiano (admiraba en particular las ideas antirracionalistas de Henri Bergson); despreciaba a las mujeres y al feminismo, pero se casó con quien sería una de las principales figuras del movimiento, la talentosa Benedetta Cappa; celebraba el progreso de las máquinas y un “arte nuevo”, pero el énfasis de la producción futurista estaba en los medios tradicionales: panfletos incendiarios y pinturas, y apenas consideraba al cine y la fotografía; reverenciaba la disciplina militar, pero exploraba delirantes formas poéticas experimentales y promovía caóticos eventos multidisciplinarios donde se mezclaba arte con política y vodevil, las serates, que anticiparon la tradición del performance; Marinetti exigía la destrucción de las academias, pero terminó volviéndose miembro de una.
El gran Boccioni
Una de las principales obsesiones de los futuristas era capturar el movimiento, rendir cuentas de lo que significaba la vida moderna, la dinámica de las masas, el vértigo de los trenes, autos, motos y aviones, así como las sensaciones producidas por la destrucción y el caos. Buena parte de la obra pictórica futurista es un híbrido de cubismo maltrecho, abstraccionismo timorato, expresionismo difuso e impresionismo exaltado y vociferante. Sin embargo, la obra de Giacomo Balla, Luigi Russollo y Carlo Carrá alcanza momentos vibrantes, hipnóticos y fascinantes. Pero ninguno de ellos tuvo la maestría y el talento de Umberto Boccioni, sin duda el mayor artista que dio esta escuela, un visionario y teórico que desarrolló un lenguaje pictórico para asir el ímpetu y la energía explosiva de la urbe en pinturas como La ciudad que se levanta y en su icónica escultura Formas únicas de continuidad en el espacio. Lamentablemente Boccioni fue congruente con su filosofía, se enlistó en el ejército al estallar la primera guerra mundial y murió a los treinta y tres años en un accidente ecuestre en 1916. En ese conflicto también perdió la vida el notable arquitecto Antonio Sant’Elia, mientras que Marinetti y Russollo sólo resultaron heridos.
Cambiar el mundo
Los futuristas entendían la guerra como purificación y como antídoto para la decadencia, pero especialmente como símbolo de virilidad. Su fanatismo bélico los llevó al escándalo y la provocación, y los convirtió en ridículos entusiastas de oprobiosas hecatombes militares y cómplices de la humillación nacional (Italia quedó en la ruina y perdió alrededor de seiscientas mil vidas). Marinetti dijo que el glamur del armamento moderno hacía que el espectáculo de la carne humana desgarrada y moribunda fuera insignificante. Nada puede redimir semejante afirmación; sin embargo, refleja de manera contundente la demente ilusión de la ruptura artística que anhela cambiar el mundo a cualquier precio.
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