NACIONES Y NACIONALISMO DESDE 1780
ERIC HOBSBAWN
INTRODUCCIÓN
Supongamos que un día, después de una guerra nuclear, un
historiador intergaláctico aterriza en un planeta muerto con el propósito de
investigar la causa de la lejana y pequeña catástrofe que han registrado los
sensores de su galaxia. El historiador o la historiadora —me abstengo de
especular acerca del problema de la reproducción fisiológica extraterrestre—
consulta las bibliotecas y los archivos terrestres que se han conservado, toda
vez que la tecnología del armamento nuclear avanzado se ha pensado para
destruir a las personas en lugar de las propiedades. Nuestro observador,
después de estudiar un poco, sacará la conclusión de que los últimos dos siglos
de la historia humana del planeta Tierra son incomprensibles si no se entiende
un poco el término «nación» y el vocabulario que de él se deriva. Este término
parece expresar algo importante en los asuntos humanos. Pero, ¿exactamente qué?
Ahí radica el misterio. Habrá leído a Walter Bagehot, que presentó la historia
del siglo xix como la historia de la «construcción de naciones», pero que, con
su habitual sentido común, también comentó: «Sabemos lo que es cuando no nos lo
preguntáis, pero no podemos explicarlo ni definirlo muy rápidamente». (1) Puede
que esto sea cierto para Bagehot y para nosotros, pero no lo es para
historiadores extragalácticos que no poseen la experiencia humana que, al
parecer, hace que la idea de «nación» sea tan convincente.
Creo que, gracias a la literatura
de los últimos quince o veinte años, sería posible dar al historiador en
cuestión una breve lista de lecturas que le ayudarían —a él, a ella o a ello—
con el análisis deseado y que complementarían la monografía «Nationalism: a
trend report and bibliography», de A. D. Smith, que contiene la mayoría de las
referencias en este
campo hasta esa fecha. (2) Lo cierto es que uno no desearía
recomendarle mucho de lo escrito en períodos anteriores. Nuestra lista de
lecturas contendría muy poco de lo que se escribió en el período clásico del
liberalismo decimonónico, por razones que seguramente resultarán claras más
adelante, pero también porque en aquella época se escribió muy poco que no
fuera retórica nacionalista y racista. Y la mejor obra que se produjo a la
sazón fue, de hecho, muy breve, como los pasajes que John Stuart Mili dedica al
tema en Del gobierno representativo, y la famosa conferencia de Emest Renán
titulada «¿Qué es una nación?».(3)
La lista contendría algunas
lecturas históricamente necesarias, así como algunas optativas que datan del
primer esfuerzo serio por aplicar un análisis desapasionado al asunto, los
importantes y subvalorados debates entre los marxistas de la segunda
internacional acerca de lo que ellos denominaron «la cuestión nacional».
Veremos más adelante por qué los mejores cerebros del movimiento socialista
internacional —y había en él algunas inteligencias poderosísimas— se aplicaron
a este problema: Kautsky y Luxemburg, Otto Bauer y Lenin, por citar sólo unos
pocos.(4) Probablemente contendría algo de Kautsky, ciertamente Die
Nationalitatenfrage, de Otto Bauer, pero también necesitaría contener El
marxismo y la cuestión nacional, de Stalin, no tanto por sus méritos
intelectuales, que son modestos pero no despreciables —aunque un poco
derivativos—, sino más bien por la influencia política que tuvo más adelante.(5)
A mi juicio, no merecería contener muchas
cosas de la época de los que han sido llamados «los dos padres fundadores» del
estudio académico del nacionalismo, después de la primera guerra mundial:
Carleton B. Hayes y Hans Kohn.(6) No tiene nada de raro que este tema atrajese
la atención en un período en que el mapa de Europa por primera vez —y luego se
vio que por última también— se trazó de nuevo de acuerdo con el principio de
nacionalidad, y en que el vocabulario del nacionalismo europeo llegó a ser
adoptado por nuevos movimientos de liberación en las colonias, o
reivindicativos en el Tercer Mundo, a los cuales Hans Kohn al menos prestó
mucha atención. (7) Tampoco cabe duda alguna de que los escritos de ese período
contienen gran cantidad de material sacado de la literatura anterior, lo cual
puede ahorrarle al estudiante mucha lectura primaria. La razón principal de que
una parte tan grande de todo esto haya perdido vigencia estriba en que la principal
innovación del período, que, dicho sea de paso, los marxistas habían
anticipado, se ha vuelto cosa corriente, excepto entre los nacionalistas. Ahora
sabemos —y en no poca medida gracias a los esfuerzos de la época Hayes-Kohn—
que las naciones no son, como pensaba Bagehot, «tan antiguas como la historia».(8)
El sentido moderno de la palabra no se remonta más allá del siglo xvni,
predecesor más, predecesor menos. La literatura académica referente al
nacionalismo sé multiplicó, pero no hizo grandes avances en los decenios
siguientes. Algunos considerarían una importante añadidura a la misma la obra
de Karl Deutsch, que recalcó el papel de la comunicación en la formación de
naciones, pero a mí este autor no me parece indispensable.(9)
No acaba de estar claro por qué
la literatura referente a las naciones y al nacionalismo inició una fase tan
fructífera hace ahora unos veinte años, y, de hecho, el interrogante sólo se
les plantea a los que creen que fue así. Esta no es aún una opinión aceptada
universalmente. Estudiaremos el problema en el último capítulo, aunque no con
gran detalle. En todo caso, la opinión de este autor es que el número de obras
que realmente arrojan luz sobre lo que son las naciones y los movimientos
nacionales, así como el papel que interpretan en el devenir histórico, es mayor
en el período 1968-1988 que en cualquier período anterior con el doble de
duración. El texto que sigue a la presente introducción debería dejar claro
cuáles de ellas me han parecido especialmente interesantes, pero tal vez
convenga mencionar unos cuantos títulos importantes, entre los cuales el autor
se abstiene de incluir sus propios escritos, exceptuando uno de ellos. (10) La
siguiente lista breve puede servir de introducción a este campo. Es una lista
alfabética de autores, con la salvedad de la obra de Hroch, que inauguró la
nueva era del análisis de la composición de los movimientos de liberación
nacional.
Hroch, Miroslav, Social preconditions of
national revival in Europe , Cambridge , 1985. Combina las conclusiones de dos
obras que el autor publicó en Praga en 1968 y 1971.
Anderson, Benedict, Imagined communities,
Londres, 1983.
Armstrong, L,Nations befare nationalism, Chapel Hill , 1982.
Breuilly, J., Nationalism and the state, Manchester , 1982.
Colé, John W., y Eric R. Wolf, The
hiddenfrontier: ecology and ethnicity in an Alpine valley, Nueva York y
Londres, 1974.
Fishman, J., ed., Language problems of
developing countries, Nueva York, 1968. Gellner, Ernest, Nations and
nationalism, Oxford , 1983.
Hobsbawm, E. J., y Terence Ranger, eds., The
invention oftradition, Cambridge , 1983 [hay trad. cat: L'invent de
la tradició, Eumo,Vic, 1989].
Smith, A. D., Theories of nationalism, Londres,
1983 (2).
Szücs, Jeno, Nation und Geschichte: Studien, Budapest , 1981. Tilly, C, ed., The formation
ofnational states in Western Europe , Princeton , 1975.
No puedo resistir la tentación de
añadir a estos títulos un brillante ensayo escrito desde dentro de la
identificación subjetiva con una «nación», pero con un raro sentido de su contexto
y maleabilidad históricos: Gwyn A. Williams, «When was Wales?», en The Welsh in
their history, Londres y Gamberra, 1982.
La mayor parte de esta literatura
ha girado en tomo a este interrogante: ¿Qué es una nación (o la nación)? Porque
la característica principal de esta forma de clasificar a los grupos de seres
humanos es que, a pesar de que los que pertenecen a ella dicen que en cierto
modo es básica y fundamental para la existencia social de sus miembros, o
incluso para su identificación individual, no es posible descubrir ningún
criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades
humanas debería etiquetarse de esta manera. Esto no es sorprendente en sí
mismo, porque si consideramos «la nación» como una novedad muy reciente en la
historia humana, así como fruto de coyunturas históricas concretas, e
inevitablemente localizadas o regionales, sería de esperar que apareciese
inicialmente, por así decirlo, en unas cuantas colonias de asentamiento en vez
de en una población distribuida de forma general por el territorio del mundo.
Pero el problema es que no hay forma de decirle al observador cómo se distingue
una nación de otras entidades a priori, del mismo modo que podemos decirle cómo
se reconoce un pájaro o cómo se distingue un ratón de un lagarto. Observar
naciones resultaría sencillo si pudiera ser como observar a los pájaros.
Han sido frecuentes los intentos
de determinar criterios objetivos de nacionalidad, o de explicar por qué
ciertos grupos se han convertido en «naciones» y otros no, basándose en
criterios únicos tales como la lengua o la etnicidad o en una combinación de
criterios tales como la lengua, el territorio común, la historia común, rasgos
culturales o lo que fuera. La definición de Stalin es probablemente la más
conocida entres estas, pero en modo alguno la única. (11) Todas estas
definiciones objetivas han fracasado, por la obvia razón de que, como sólo
algunos miembros de las numerosas entidades que encajan en tales definiciones
pueden calificarse de «naciones» en un momento dado, siempre cabe encontrar
excepciones. O bien los casos que se ajustan a la definición evidentemente no
son «naciones» (o no lo son todavía) ni poseen aspiraciones nacionales, o las
«naciones» indudables no concuerdan con el criterio o la combinación de
criterios. A decir verdad, ¿cómo podría ser de otro modo, dado que lo que
tratamos de hacer es encajar unas entidades históricamente nuevas, nacientes,
cambiantes, que, incluso hoy día, distan mucho de ser universales, en una
estructura de permanencia y universalidad?
Asimismo, como veremos, los
criterios que se usan con este propósito —la lengua, la etnicidad o lo que sea—
son también borrosos, cambiantes y ambiguos, y tan inútiles para que el viajero
se oriente como las formas de las nubes son inútiles comparadas con los
accidentes del terreno. Esto, desde luego, hace que sean útilísimos para fines
propagandísticos y programáticos, aunque muy poco descriptivos. Quizá esto
quede claro con un ejemplo del uso nacionalista de una de tales definiciones
«objetivas» en la política reciente de Asia:
El pueblo de habla tamil de Ceilán constituye una nación que se
distingue de la de los cingaleses según todos los criterios fundamentales de
nacionalidad, primero, el de un pasado histórico independiente en la isla que,
como mínimo, sea tan antiguo y tan glorioso como el de los cingaleses; en
segundo lugar, por el hecho de ser una entidad lingüística totalmente diferente
de la de los cingaleses, con una herencia clásica no superada y un desarrollo moderno
de la lengua que hace que el tamil sea plenamente apropiado para todas las
necesidades actuales; y, finalmente, por tener su morada territorial en zonas
definidas.(12)
El propósito de este pasaje es
claro: exigir la autonomía o la independencia para una región que, según se
describe, ocupa «más de un tercio de la isla» de Sri Lanka, basándose en el
nacionalismo tamil. Nada más de lo que contiene el pasaje se ajusta a la
realidad. Oculta el hecho de que la morada territorial consiste en dos zonas separadas
geográficamente y pobladas por gentes de habla tamil de orígenes diferentes
(indígenas y trabajadores indios que han inmigrado en época reciente,
respectivamente); que la región de asentamiento tamil continuo también se halla
habitada, en ciertas zonas, por hasta una tercera parte de cingaleses, y hasta
un 41 por 100 de gentes que hablan tamil rehusan considerarse tamiles nativos y
prefieren identificarse como musulmanes (los «moros»). De hecho, incluso
dejando aparte la región central de inmigrantes, no está nada claro que el
territorio de asentamiento tamil continuo e importante, que comprende zonas de
sólida población tamil (del 71 al 95 por 100: Batticaloa, Mullaitivu, Jaffna) y
zonas donde los tamiles que se autoidentifican forman el 20 o el 33 por 100
(Amparal, Trincomalee), deba considerarse como un solo espacio, excepto en
términos puramente cartográficos. De hecho, en las negociaciones que pusieron
fin a la guerra civil de Sri Lanka en 1987, la decisión de considerar dicha
región como un solo espacio fue una clara concesión política a las exigencias
de los nacionalistas tamiles. Como ya hemos visto, la «entidad lingüística»
oculta el hecho indiscutible de que los tamiles indígenas, los inmigrantes
indios y los moros son —hasta ahora— una población homogénea en el sentido
filológico y no en ningún otro, y, como veremos, probablemente ni siquiera en
este sentido. En cuanto al «pasado histórico independiente», es casi seguro que
la expresión es anacrónica, constituye una petición de principio o es tan vaga
que no tiene sentido. Puede objetarse, por supuesto, que los manifiestos
obviamente propagandísticos no deben estudiarse con detenimiento como si fueran
aportaciones a las ciencias sociales, pero lo cierto es que casi cualquier
clasificación de alguna comunidad como «nación», basándose en tales criterios
pretendidamente objetivos, estaría expuesta a objeciones parecidas, a menos que
el hecho de ser una «nación» pudiera probarse basándose en otros criterios.
Pero, ¿cuáles son estos otros
criterios? La alternativa de una definición objetiva es una definición
subjetiva, ya sea colectiva (por el estilo de «una nación es un plebiscito
diario», como dijo Renán) o individual, al modo de los austromarxistas, para
quienes la «nacionalidad» podía atribuirse a personas, con independencia de
dónde y con quién vivieran, al menos si optaban por reclamarla. (13) Ambos son
intentos evidentes de eludir las limitaciones del objetivismo apriorístico, en
ambos casos, aunque de manera diferente, adaptando la definición de «nación» a
territorios en los cuales coexisten personas cuya lengua u otros criterios
«objetivos» son diferentes, como hicieron en Francia y en el imperio Habsburgo.
Ambos se exponen a la objeción de que definir una nación por la conciencia de
pertenecer a ella que tienen sus miembros es tautológico y proporciona
solamente una orientación a posteriori de lo que es una nación. Además, puede
conducir a los incautos a extremos de voluntarismo que induzcan a pensar que lo
único que se necesita para ser, para crear o para volver a crear una nación es
la voluntad de serlo: si un número suficiente de habitantes de la isla de Wight
quisiera ser una nación «wigthtiana», habría una. Si bien esto ha dado origen a
algunos intentos de edificar naciones elevando la conciencia, especialmente
desde el decenio de 1960, no es una forma legítima de criticar a observadores
tan avanzados como Otto Bauer y Renán, que sabían perfectamente bien que las
naciones también tenían elementos objetivos en común. Sin embargo, insistir en
la conciencia o en la elección como criterio de la condición de nación es
subordinar insensatamente a una sola opción las complejas y múltiples maneras
en que los seres humanos se definen y redefinen a sí mismos como miembros de
grupos: la elección de pertenecer a una «nación» o «nacionalidad». Política o
administrativamente, hoy día esa elección debe hacerse viviendo en estados que
den pasaportes o que en sus censos hagan preguntas sobre la lengua. Con todo,
incluso en la actualidad es perfectamente posible que una persona que viva en
Slough se considere a sí misma, según las circunstancias, como —pongamos por
caso— ciudadano británico, o (ante otros ciudadanos de piel diferente) como
india, o (ante otros indios) como gujarati, o (ante hindúes o musulmanes) como
un jainista, o como miembro de determinada casta o relación de parentesco, o
como alguien que en casa habla hindi en vez de gujarati, o, sin duda, de otras
maneras. Tampoco es posible, a decir verdad, reducir siquiera la «nacionalidad»
a una sola dimensión, ya sea política, cultural o de otro tipo (a menos, por
supuesto, que uno se vea obligado a hacerlo por la fuerza mayor de los
estados). Las personas pueden identificarse como judías aun cuando no compartan
la religión, la lengua, la cultura, la tradición, el origen histórico, las
pautas de grupo sanguíneo ni la actitud ante el estado judío. Tampoco entraña
esto una definición puramente subjetiva de «la nación».
Vemos, pues, que ni
las definiciones objetivas ni las subjetivas son satisfactorias, y ambas son
engañosas. En todo caso, el agnosticismo es la mejor postura que puede adoptar
el que empieza a estudiar este campo, por lo que el presente libro no hace suya
ninguna definición apriorística de lo que constituye una nación. Como supuesto
inicial de trabajo, se tratara como nación a cualquier conjunto de personas
suficientemente nutrido cuyos miembros consideren que pertenecen a una
«nación». Sin embargo, que tal conjunto de personas se considere de esta manera
es algo que no puede determinarse sencillamente consultando con autores o
portavoces políticos de organizaciones que reivindiquen el estatuto de nación
para él. La aparición de un grupo de portavoces de alguna «idea nacional» no es
insignificante, pero la palabra «nación» se emplea hoy día de forma tan general
e imprecisa, que el uso del vocabulario del nacionalismo puede significar
realmente muy poco.
No obstante, al abordar «la
cuestión nacional», «es más provechoso empezar con el concepto de "la
nación" (es decir, con el "nacionalismo") que con la realidad
que representa». Porque «La "nación", tal como la concibe el
nacionalismo, puede reconocerse anticipadamente; la "nación" real
sólo puede reconocerse a posteriori».(14) Este es el método del presente libro.
Presta atención especial a los cambios y las transformaciones del concepto,
sobre todo en las postrimerías del siglo xix. Los conceptos, por supuesto, no
forman parte del libre discurso filosófico, sino que están enraizados social,
histórica y localmente y deben explicarse en términos de estas realidades.
Para el resto, la posición del autor puede
resumirse del modo siguiente.
1. Utilizo el término «nacionalismo» en el
sentido en que lo definió Gellner, a saber: para referirme «básicamente a un
principio que afirma que la unidad política y nacional debería ser congruente».
(15) Yo añadiría que este principio también da a entender que el deber político
de los ruritanos* para con la organización política que engloba y representa a
la na ción ruritana se impone a todas las demás obligaciones públicas, y en los
casos extremos (tales como las guerras) a todas las otras obligaciones, del
tipo que sean. Esto distingue el nacionalismo moderno de otras formas menos
exigentes de identificación nacional o de grupo que también encontraremos.
2. Al igual que la mayoría de los
estudiosos serios, no considero la «nación» como una entidad social primaria ni
invariable. Pertenece exclusivamente a un período concreto y reciente desde el
punto de vista histórico. Es una entidad social sólo en la medida en que se
refiere a cierta clase de estado territorial moderno, el «estado-nación», y de
nada sirve hablar de nación y de nacionalidad excepto en la medida en que ambas
se refieren a él. Por otra parte, al igual que Gellner, yo recalcaría el
elemento de artefacto, invención e ingeniería social que interviene en la
construcción de naciones. «Las naciones como medio natural, otorgado por Dios,
de clasificar a los hombres, como inherente ... destino político, son un mito;
el nacionalismo, que a veces toma culturas que ya existen y las transforma en
naciones, a veces las inventa, y a menudo las destruye: eso es realidad».(16)
En pocas palabras, a efectos de análisis, el nacionalismo antecede a las
naciones. Las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que ocurre
al revés.
3. La
«cuestión nacional», como la llamaban los marxistas de anta ño, se encuentra
situada en el punto de intersección de la política, la tec nología y la
transformación social. Las naciones existen no sólo en fun ción de determinada
clase de estado territorial o de la aspiración a crearlo —en términos
generales, el estado ciudadano de la Revolución france sa—, sino también en el
contexto de determinada etapa del desarrollo tecnológico y económico. La
mayoría de los estudiosos de hoy estarán de acuerdo en que las lenguas
nacionales estándar, ya sean habladas o escritas, no pueden aparecer como tales
antes de la imprenta, la alfabetización de las masas y, por ende, su
escolarización. Incluso se ha argüido que el italiano hablado popular, como
idioma capaz de expresar toda la gama de lo que una lengua del siglo xx
necesita fuera de la esfera de comunica ción doméstica y personal, sólo ha
empezado a construirse hoy día en función de las necesidades de la programación
televisiva nacional.(17) Por consiguiente, las naciones y los fenómenos
asociados con ellas deben analizarse en términos de las condiciones y los
requisitos políticos, técni cos, administrativos, económicos y de otro tipo.
4. Por este motivo son, a mi modo de ver,
fenómenos duales, cons truidos esencialmente desde arriba, pero que no pueden
entenderse a me nos que se analicen también desde abajo, esto es, en términos
de los su puestos, las esperanzas, las necesidades, los anhelos y los intereses
de las personas normales y corrientes, que no son necesariamente nacionales y
menos todavía nacionalistas. Si he de hacer una crítica importante a la obra de
Gellner, es que su perspectiva preferida, la modernización desde arriba, hace
difícil prestar la debida atención a la visión desde abajo.
Esa visión desde abajo, es decir, la nación
tal como la ven, no los gobiernos y los portavoces y activistas de movimientos
nacionalistas (o no nacionalistas), sino las personas normales y corrientes que
son objeto de los actos y la propaganda de aquéllos, es dificilísima de
descubrir. Por suerte, los historiadores sociales han aprendido a investigar la
historia de las ideas, las opiniones y los sentimientos en el nivel
subliterario, por lo que hoy día es menos probable que confundamos los
editoriales de periódicos selectos con la opinión pública, como en otro tiempo
les ocurría habitualmente a los historiadores. No sabemos muchas cosas a
ciencia cierta. Con todo, tres cosas están claras.
La primera es que las ideologías oficiales de
los estados y los movimientos no nos dicen lo que hay en el cerebro de sus
ciudadanos o partidarios, ni siquiera de los más leales. En segundo lugar, y de
modo más específico, no podemos dar por sentado que para la mayoría de las
personas la identificación nacional —cuando existe— excluye el resto de
identificaciones que constituyen el ser social o es siempre superior a ellas.
De hecho, se combina siempre con identificaciones de otra clase, incluso cuando
se opina que es superior a ellas. En tercer lugar, la identificación nacional y
lo que se cree que significa implícitamente pueden cambiar y desplazarse con el
tiempo, incluso en el transcurso de períodos bastantes breves. A mi juicio,
este es el campo de los estudios nacionales en el cual el pensamiento y la
investigación se necesitan con la mayor urgencia hoy día.
5. La evolución de las naciones y
el nacionalismo dentro de estados que existen desde hace tiempo como, por
ejemplo, Gran Bretaña y Francia no se ha estudiado muy intensivamente, aunque
en la actualidad es objeto de atención. (18) La existencia de esta laguna queda
demostrada por la escasa atención que se presta en Gran Bretaña a los problemas
relacionados con el nacionalismo inglés —término que en sí mismo suena raro a
muchos oídos— en comparación con la que se ha prestado al nacionalismo escocés,
al gales, y no digamos al irlandés. Por otra parte, en años recientes se ha
avanzado mucho en el estudio de los movimientos nacionales que aspiran a ser
estados, principalmente a raíz de los innovadores estudios comparados de
pequeños movimientos nacionales europeos que efectuó Hroch. Dos observaciones
del análisis de este excelente autor quedan englobadas en el mío. En primer
lugar, la «conciencia nacional» se desarrolla desigualmente entre los
agrupamientos sociales y las regiones de un país; esta diversidad regional y
sus razones han sido muy descuidadas en el pasado. A propósito, la mayoría de
los estudiosos estarían de acuerdo en que, cualquiera que sea la naturaleza de
los primeros grupos sociales que la «conciencia nacional» capte, las masas
populares —los trabajadores, los sirvientes, los campesinos— son las últimas en
verse afectadas por ella. En segundo lugar, y por consiguiente, sigo su útil
división de la historia de los movimientos nacionales en tres fases. En la
Europa decimonónica, para la cual fue creada, la fase A era puramente cultural,
literaria y folclórica, y no tenía ninguna implicación política, o siquiera
nacional, determinada, del mismo modo que las investigaciones (por parte de no
gitanos) de la Gypsy Lore Society no la tienen para los objetos de las mismas.
En la fase B encontramos un conjunto de precursores y militantes de «la idea
nacional» y los comienzos de campañas políticas a favor de esta idea. El grueso
de la obra de Hroch se ocupa de esta fase y del análisis de los orígenes, la
composición y la distribución de esta minorité agissante. En mi propio caso, en
el presente libro me ocupo más de la fase C, cuando —y no antes— los programas
nacionalistas obtienen el apoyo de las masas, o al menos parte del apoyo de las
masas que los nacionalistas siempre afirman que representan. La transición de
la fase B a la fase C es evidentemente un momento crucial en la cronología de
los movimientos nacionales. A veces, como en Irlanda, ocurre antes de la creación
de un estado nacional; probablemente es mucho más frecuente que ocurra después,
como consecuencia de dicha creación. A veces, como en el llamado Tercer Mundo,
no ocurre ni siquiera entonces.
Finalmente, no puedo por menos de
añadir que ningún historiador serio de las naciones y el nacionalismo puede ser
un nacionalista político comprometido, excepto en el mismo sentido en que los
que creen en la veracidad literal de las Escrituras, al mismo tiempo que son
incapaces de aportar algo a la teoría evolucionista, no por ello no pueden
aportar algo a la arqueología y a la filología semítica. El nacionalismo
requiere creer demasiado en lo que es evidente que no es como se pretende. Como
dijo Renán: «Interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación».
(19) Los historiadores están profesionalícente obligados a no interpretarla
mal, o, cuando menos, a esforzarse en no interpretarla mal. Ser irlandés y
estar apegado orgullosamente a Irlanda —incluso enorgullecerse de ser irlandés
católico o irlandés protestante del Ulster— no es en sí mismo incompatible con
el estudio en serio de la historia de Irlanda. No tan cortipatible, diría yo,
es ser un feniano o un orangista; no lo es más que el ser sionista es
compatible con escribir una historia verdaderamente seria de los judíos; a
menos que el historiador se olvide de sus convicciones al entrar en la
biblioteca o el estudio. Algunos historiadores nacionalistas no han podido
hacerlo. Por suerte, al disponerme a escribir el presente libro, no he necesitado olvidar mis
convicciones no históricas.
Notas
1.
Walter
Bagehot, Physics andpolitics, Londres, 1887, pp. 20-21.
2. A. D.
Smith, «Nationalism. A trend report and bibliography», Current Sociology, XXI,
3 (La Haya y París, 1973). Véanse también las bibliografías en el mismo
autor, Theories of nationalism, Londres, 19832 , y The ethnic origins
ofnations, Oxford, 1986. El profesor Anthony Smith es actualmente el guía
principal en este campo para los lectores en lengua inglesa.
3. Ernest
Renán, Qu'est ce que c'est une nation? (Conferencia dada en la Sorbona
el 11 de marzo de 1882), París, 1882; John Stuart Mili, Considerations on
representative governmenu Londres, 1861, cap. XVI (hay trad. cast. en Tecnos,
Madrid, 1985).
4. Para una buena introducción, que incluye una selección de
escritos de los principa les autores marxistas de la época, Georges Haupt,
Michel Lowy y Claudie Weill, Les mar xistes et la question nationale 1848-1914,
París, 1974. Otto Bauer, Die Nationalitatenfrage unddie Sozialdemokratie,
Viena, 1907 (la segunda edición de 1924 contiene una importante introducción
nueva). Para un intento reciente, Horace B. Davis, Toward a Marxist theory of
nationalism, Nueva York, 1978.
5. El texto de 1913 se publicó junto con escritos
posteriores en I. Stalin, Marxism and the national and colonial question,
Londres, 1936, en un volumen que ejerció mucha in fluencia internacional, no
sólo entre los comunistas, sino sobre todo en el mundo dependiente (hay trad.
cast.: El marxismo y la cuestión nacional, Anagrama, Barcelona, 1977).
6. Carleton B. Hayes, The historical evolution ofmodern nationalism,
Nueva York, 1931, y Hans Kohn, The idea of nationalism. A study in its origin
and background, Nueva York, 1944, contienen valioso material histórico. La
expresión «padres fundadores» proce de del valioso estudio de historia
filológica y conceptual, A. Kemiláinen, Nationalism. Problems concerning the word, the concept and
classification, Jyváskylá, 1964.
7. Véase su History of nationalism in the East, Londres, 1929; Nationalism
and imperialism in the Hither East, Nueva York, 1932.
8. Bagehot, Physics and polines, p. 83.
9. Karl W. Deutsch, Nationalism and social communication. An enquiry
into the foundations ofnationality, Cambridge , Massachusetts , 1953.
10. Son, además de capítulos sobre
el tema en The age of revolution 1789-1848, 1962 (hay trad. cast.: Las
revoluciones burguesas, Labor, Barcelona, 198711), The age of capital 1848-1875
(hay trad. cast: La era del capitalismo, Labor, Barcelona, 1989), y The age
ofempire 1875-1914, 1987: «The attitude of popular classes towards national
movements for independence» (Partes celtas de Gran Bretaña), en Commission
Internationale d'Histoire des Mouvements Sociaux et Structures Sociales,
Mouvements nationaux d'indépendance et classes populaires aux xix6 et xx*
siécles en Occident et en Orient, 2 vols., París, 1971, vol. I, pp. 34-44; «Some reflections on
nationalism», en T. J. Nossiter, A. H. Hanson, Stein Rokkan, eds., Imagination
and precisión in the social sciences: Essays in memory of Peter Nettl, Londres,
1972, pp. 385-406; «Reflections on "The break-up of Britain"», New
Left Review, 105, 1977; «What is the worker's country?», cap. 4 de mi Worlds
oflabour, Londres, 1984 (hay trad. cast.: El mundo del trabajo, Crítica, Barcelona,
1987); «Working-class internationalism», en F. van Holthoon y Marcel van der
Linden, eds., Internationalism in the labour movement, Leiden-Nueva
York-Copenhague-Colonia, 1988, pp. 2-16.
11. «Una nación es una comunidad
estable, fruto de la evolución histórica, de lengua, territorio, vida económica
y composición psicológica que se manifiesta en una comunidad de cultura», I.
Stalin, Marxism and the national and colonial question, p. 8. El original fue
escrito en 1912. http://Rebeliones.4shared.com
12. Ilankai Tamil Arasu Kadchi, «The case for a federal constitution for
Ceylon », Colombo , 1951, citado en RobertN. Kearney , «Ethnic conflict and the Tamil
separatist movement in Sri Lanka », Asían Survey, 25 (9 de septiembre
de 1985), p. 904. http://Rebeliones.4shared.com
13. Karl Renner comparó
específicamente la pertenencia del individuo a una nación con su pertenencia a
una confesión religiosa, es decir, una condición «libremente elegida, de jure,
por el individuo que ha alcanzado la mayoría de edad, y, en nombre de los
menores de edad, por sus representantes legales». Synopticus, Staat undNation,
Viena, 1899, pp. 7 y ss.
14. E. J.
Hobsbawm, «Some reflections on nationalism», p. 387.
15. Ernest
Gellner, Nations and nationalism, p. 1. Esta definición básicamente polí
tica también la aceptan algunos otros autores, por ejemplo John Breuilly,
Nationalism and the state, p. 3. * Ruritania es un país imaginario, situado en
la Europa central, donde transcurre la acción de las novelas El prisionero de
Zenda y Ruperto de Hentzau, de Anthony Hope. (TV. del t)
16.
Gellner, Nations and nationalism, pp. 48-49.
17. Antonio Sorella, «La televisione e la lingua italiana»,
Trimestre. Periódico di Cultura, 14 (2-3-4,1982), pp. 291-300.
18. Para el alcance de esta labor, véase
Raphael Samuel, ed., The making and unmaking ofBritish national identity, 3
vols., Londres, 1989. El trabajo de Linda Colley lo he encontrado
especialmente estimulante, por ejemplo, «Whose nation? Class and national consciousness in Britain 1750-1830», Past & Present, 113
(1986), pp. 96-117.
19. Emest Renán, Qu'est que c'est une nation?, pp. 7-8: «L'oubli et je
dirai méme Ferreur historique, sont un facteur essentiel de la formation d'une
nation et c'est ainsi que le progrés des études historiques est souvent pour la
nationalité un danger»
Ficha
ERIC HOBSBAWN NACIONES Y NACIONALISMO DESDE 1780
http://Rebeliones.4shared.com 1.a edición: septiembre de 1991 2.a edición
(revisada y ampliada por el autor): agosto de 1992 Reimpresiones: abril de
1995, octubre de 1997, marzo de 1998 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la
autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o
préstamo públicos. Título original: NATIONS AND NATIONALISM SINCE 1780
Programme, myth, reality Cambridge University Press, Cambridge Traducción
castellana de JORDI BELTRAN Cubierta: Joan Batallé Ilustración de la cubierta:
Artista flamenco, La torre de Babel, finales del siglo xvi (Pinacoteca Nazionale,
Siena). © 1990: E. J. Hobsbawm O 1991 de la traducción castellana para España y
América: CRÍTICA (Grijalbo Mondadori, S. A.), Aragó, 385, 08013 Barcelona ISBN:
84-7423-845-5 Depósito legal: B. 3.495-1998 impreso en España 1998. - HUROPE,
S. L., Lima, 3 bis,
Referencias:
Arreglo tripográfico para el blog de FRANJACHARE
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