sábado, 30 de mayo de 2015

Elecciones España 2015

Elecciones de España de 2015

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Elecciones generales de España de 2015
Cortes Generales para la XI Legislatura de España
2015
TipoGenerales
Cargos a elegir208 senadores de 266
350 diputados, que a su vez eligen al presidente del Gobierno[nota 1]

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martes, 26 de mayo de 2015

Henrik Ibsen - PEER GYNT

Henrik Ibsen - PEER GYNT


En la primavera de 1864, Ibsen salió de Cristianía y abandonó su patria. Hizo un viaje á Italia, y como el poeta Goethe, echó raíces en aquel suelo privilegiado del arte y de la poesía. El Diario popular noruego dio muchos detalles de su estancia en Italia. Contaba la simpática alegría que le animaba a su entrada en Roma, las ilusiones de su espíritu emprendedor, y la seguridad que tenían todos los que conocían su talento de que algo grande había de resultar como fruto de su espíritu fecundo. Así fue, pues sus dos obras mejores, Brand Peer Gynt, publicadas en 1866 y en 1867, las escribió en Roma, como Goethe, que necesitó del cielo de Italia para terminar su Ifigenia y su Tasso.
Ibsen respiraba una atmósfera nueva, que le hizo también emprender nuevos derroteros. No consiguió nuestro poeta, como Goethe, remontarse de las pequeñeces más triviales á la belleza más sublime, ni contemplar á través de la espesa niebla de la humanidad doliente el eterno sol de la verdad infinita. No vio nunca el veneno que, al morderle como traidora serpiente, le infiltró el pueblo de su propia patria. Pero Ibsen aprendió en Roma cuál era la verdadera misión del poeta: consiste ésta en reproducir con originalidad las pasiones y los sentimientos de los hombres, ajustándose á lo que nos dice la ciencia y la experimentación, y libres de toda tendencia ideal, presentando de este modo á los lectores una especie de espejo fiel de la vida de su tiempo.
En Roma encontró Ibsen paz y tranquilidad para el trabajo. Sus relaciones eran aún muy escasas, «pero había roto las cadenas», como él mismo decía, que le ligaban á su patria; respiraba esa atmósfera de hermosura, de recuerdos y de grandeza. En Roma se encuentra el que se busca, entra en sí el que divaga. Ibsen se sintió rejuvenecer en Roma, donde estaba con su familia, y rodeado siempre de artistas y de amigos. Allí se estableció definitivamente, y algunas veces recordaba con amargura su decisión de no volver jamás á su patria. Sólo abandonaba la ciudad en los veranos, para irse á un pueblo de los Apeninos ó de la costa. Trabajaba desde la mañana hasta la tarde, y el resto del día lo pasaba con sus amigos. Pocas veces hablaba de sus trabajos. No le gustaba, y esto ocurre á todos los grandes poetas, enterar á los demás de los argumentos de sus composiciones.
(L. Passarge, en Enrique Ibsen, La España Moderna, 1892).


Peer Gynt es un drama tan rico en intenciones como Brand, pero con un predominio de lo lírico sobre lo lógico. Sería fácil explicar a Brand y Peer Gynt dentro del mismo sistema: Brand, la voluntad, Peer Gynt, la fantasía. Brand, el hueco ideal de las virtudes ausentes en el pueblo noruego; Peer Gynt el retrato de los defectos patentes en ese pueblo. Brand, el héroe, Peer Gynt, el fanfarrón...
Sin embargo Peer Gynt no es una alegoría, sino un poema lírico escrito en plena embriaguez.
Sobre la blanda materia de los caprichos de la fantasía ha ido operando una concepción del hombre, de la voluntad, del sentido de su conducta. Por eso, aunque la fantasmagoría de Peer Gynt es pura belleza, encontramos el tema de siempre: la vocación. Peer es el hombre sin vocación, he aquí el quid. Fantasea, pero siempre a la zaga de las circunstancias. La primera voz del poema es la de su madre Aase: “¡Mientes, Peer!” y contesta Peer: “¡Confía en mí! Espera que yo realice algo, algo realmente grande... ¡Seré Rey, Emperador!... Sólo necesito tiempo”. Aase, que lo conoce bien, suspira con tristeza: “Hubieras podido ser algo si, desde la mañana hasta por la noche, no tuvieras la cabeza repleta de embustes, hojarasca y desatinos”.
Peer Gynt va a las bodas de Ingrid y allí conoce a Solveig, que se desliza por la fiesta como un ángel rubio, tímido, pudoroso. Se enamora de ella como de un sueño. Bebe, asusta a Solveig... Luego, por despecho, rapta a Ingrid, la recién casada, y se la lleva a cuestas hacia lo alto de la montaña, perseguido por todos.
Ya lo tenemos a Peer Gynt obligado a andar por el mundo. Las circunstancias lo han empujado, no su voluntad. Aunque Peer razona a cada paso, es evidente que él no tiene una conducta intencionada, sino que se mueve en zigzag y a barquinazos. A veces lo agita un impulso de águila, pero es cosa del momento. No tiene vocación ni tiene ideales. Y en cuanto avanza cae en un nuevo enredo. Por ejemplo, el de la mujer verde, hija del Rey de la Montaña. Peer se casará con ella, con el reino por dote. Duendes, gnomos, espíritus, le imponen condiciones que Peer Gynt va aceptando una a una, hasta que quieren enajenarle su libertad, cambiarle de alma, convertirlo en duende. Peer se resiste, pelea, huye, pero ya lleva el estigma de los duendes. Los hombres dicen: “¡Sé tú mismo!” Peer, como los duendes, tendrá como lema: “¡Bástate a ti mismo!” Será un egoísta, no una personalidad creadora. Peer está encerrado en un yo falso que no es voluntad sino compromiso. Es la escena de la Cueva. Peer Gynt golpea con una rama las tinieblas que lo rodean. No puede pasar. Por mucho que ande siempre está en el centro. Es una prisión de niebla, redonda y sin forma. Escapa, no obstante. Y dos años después es el Creso de los armadores de Charlestown, tratante de negros en Carolina, vendedor de ídolos en China, contratante de misioneros, propietario en la América del Sur... Su táctica: “No dar jamás un paso decisivo, avanzar con prudencia por en medio de las emboscadas de la vida, acordarse de que no se limita al combate del presente y tener detrás una línea de retirada segura”.
En eso, mientras está contando cómo acumuló su riqueza, se la roban. Entonces se disfraza y se hace pasar por Profeta. Ante las nuevas circunstancias hace otra vez el balance: “Buscar el yo en el poderío del oro es edificar sobre arenas” ”¡Profeta! ¡Esto es ya una posición! Sé donde estoy. Cuando me agasajan es por mí y no por mi dinero. Soy el que soy, sencillamente”.
Cree haberse encontrado, cuando han sido las circunstancias las que cambiaron. Ahora llamará yo al sensualismo, así como antes el yo era el poder del dinero. Hasta que, al engañarlo Anitra, Peer comprende la falsedad. Pese a lo cual no se corrige. Ahora huirá del presente y recorrerá, palmo a palmo, los caminos de la civilización: Egipto, Asia, vuelta al Mar Rojo, Babilonia, Troya. Atenas... Por ahí lo nombran Emperador del Manicomio. El loco es el perfecto ensimismado. ¿Qué yo más pleno, más encerrado en sí mismo que el del loco? Al final Peer vuelve a Noruega, viejo, solo, con un dinero que se le pierde en el naufragio. Y otra vez el balance al que Peer siempre está dispuesto: es la famosa escena de la cebolla. Coge una y la va arrancando las telas, una por una. Cada tela es una falsa aventura, es un papel representado, es una personalidad simulada:
PEER GYNT: (Arrancando varias telas a la vez) ¡Cuántas envolturas! ¿No aparecerá nunca el corazón? (Desgarra a pedazos lo que queda de la cebolla). ¡No hay nada! En el mismísimo centro no hay sino envolturas, cada vez más pequeñas y pequeñas...
No hay en la cebolla (como tampoco en su alma) ni hueso ni fondo. Y ahora Peer escucha claramente su culpa. Es de noche. La selva de pinos ha sido devastada por un incendio. Todo está envuelto en humo. Y Peer oye los reproches: “Somos pensamientos que tú debiste haber pensado”, le dicen ovillos de hilo gris que ruedan entre los troncos calcinados. “Somos consignas que debiste haber proclamado”, le dicen las hojas secas. Y las voces del aire: “Somos las canciones que debiste haber cantado”. Y las gotas de rocío: “Somos lágrimas no vertidas”. Y las briznas de paja: “Somos acciones que debiste haber realizado”.
Peer Gynt sigue su marcha, pero le intercepta el paso el Fundidor, personaje con valor de símbolo, de alegoría, dentro de la concepción religiosa de Ibsen. El Fundidor le revela a Peer la orden de Dios: “Comunicarás a Peer Gynt que habiendo faltado a su destino debe, como producto averiado, ser fundido de nuevo”. Y agrega el Fundidor: “El Amo es económico, y por eso es tan cuidadoso. No arroja nada que pueda servirle de materia prima. Ahora bien, destinado a brillar como botón en el vestido universal, viniste sin engaste. No queda más recurso que arrojarte a la caja de botones estropeados para que vuelvas a ser derretido en la masa”.
La actitud de Ibsen al crear a Peer Gynt fue de amor. Aun de amor por sus defectos. ¡Es tan humano Peer! Por lo mismo que sospechaba que toda existencia es fracaso, Ibsen se enterneció con Peer Gynt, la más desvalida, la más lírica, la más alocada criatura de su teatro. Acaso sea Peer Gynt el poema de Ibsen que la posteridad prefiera siempre.
Extraído de Anderson Imbert, Ibsen y su tiempo, 1946.

En los dramas de Ibsen hay toda la complejidad de la vida moderna y toda su filosofía.
Quizá sean los únicos que hoy satisfagan á los espíritus intelectuales. Llegamos, con ellos, á los más hondos conflictos de la conciencia. Tiene más importancia el fracaso moral de una vida que la muerte de un hombre. La vida nos arrastra como un torbellino y nuestras voluntades son impotentes. Querer domeñar la existencia y ser víctimas de la realidad: esta es la tragedia en casi todos sus personajes.
Peer Gynt quiere afirmar su yo, perseverando en él. Tiene el orgullo de la personalidad y ansía su imperio. Y, sin embargo, no realiza el destino y su existencia es amorfa Todos sus arrebatos y sus maldades no sirven más que para extraviarle. Vive sólo para sí y su obra es estéril.
Hay escenas de una ternura sublime, por su misma condición, como las de Aase con la gente del pueblo y con su hijo: son momentos culminantes en que la vanidad de la vida se ofrece con aureola de luz eterna. Lágrimas vienen á los ojos, como si entonces la verdad surgiera de la belleza.
Peer Gynt quiere amoldarse á toda manifestación humana, como para imprimir el sello de su yo, y cada átomo de éste desaparece en la peregrinación loca. ¿Qué alcanza en su carrera? Vacío en tomo á él y extrañeza en el mundo. No hay solidaridad entre éste y él. Pero en su alma existe lo real y lo sobrenatural.
El héroe de esta obra, como tantos hombres, es víctima de su imaginación. Quiere Peer Gynt realizarla á toda costa y sus actos son vulgares: no pueden contenerla. Da á su vida una orientación que le es impropia, la aplica erróneamente, y este problema de alta psicología moral fue ya la preocupación del autor del Wilhelm Meister. ¡Cuántos hombres se consagran á obras que no les son peculiares!
Al final del drama volvemos al leitmotiv de la personalidad. ¿Dónde se ha ofrecido de modo tan filosófico y tan humano, como en las últimas escenas del último acto, la situación dramática del despojamiento de nuestro yo por la muerte? «Tú eres como una moneda de efigie gastada, que hay que fundir de nuevo»—dice el fundidor á Peer Gynt. ¡Que terror más profundo de éste, al percatarse de que su yo es un mito! La persona aparece como una ilusa y momentánea representación de esa voluntad universal, á la que todos obedecemos y que juega con nosotros. No nos conocemos y no somos nosotros. Nuestro yo, al menos, se desvanece en la sustancia del mundo. De su voluntad procedemos y á ella volvemos.
Sin embargo, nuestra personalidad vive en la representación que de ella toman los demás hombres y en ellos queda. Por eso es tanto más grande la escena de ternura entre Peer y Solveig cuando aquél la pregunta si es él mismo y si vive, contestándola ella que sí, que en su corazón y en su esperanza.
¿Hay problema más pavoroso que éste? Ibsen ejerce en sus obras de adivino del alma.
J. PÉREZ JORBA, en la Revista Blanca, 1902.

Años más tarde de haber escrito Peer Gynt, después que la obra ya se había publicado repetidas veces, Ibsen decidió llevarla al teatro. Peer Gynt está escrito en verso. Originalmente iba a ser un drama escrito para ser leído, no para ser interpretado en teatro. Las dificultades para cambiar rápidamente de escena (incluyendo un acto entero en oscuridad) ocasionaron algunos problemas en la interpretación.
Parte del plan de Ibsen para adaptar Peer Gynt a la escena era ponerle música a algunas partes, de modo que se puso en contacto con el compositor Edvard Grieg, también noruego. Grieg terminó la partitura al año siguiente y Peer Gynt se estrenó con gran éxito en la ciudad de Oslo a principios de 1876.



La partitura de la obra tenía un total de veintitrés movimientos, y más tarde, en 1888 y 1891, Grieg extrajo varios movimientos, hasta dejar los ocho definitivos, divididos en dos grupos: Suite nº1 (Opus 46) y Suite nº2 (Opus nº55).
Con la música de Grieg, Peer Gynt se convirtió en el drama nacional noruego, ocupando una posición en la conciencia noruega comparable al Fausto de Goethe en Alemania y al Hamlet de Shakespeare, en Inglaterra.


Grieg Peer Gynt Suite piano duet - UCO's DuoFisher

Henrik Ibsen - PEER GYNT

Henrik Ibsen - PEER GYNT


En la primavera de 1864, Ibsen salió de Cristianía y abandonó su patria. Hizo un viaje á Italia, y como el poeta Goethe, echó raíces en aquel suelo privilegiado del arte y de la poesía. El Diario popular noruego dio muchos detalles de su estancia en Italia. Contaba la simpática alegría que le animaba a su entrada en Roma, las ilusiones de su espíritu emprendedor, y la seguridad que tenían todos los que conocían su talento de que algo grande había de resultar como fruto de su espíritu fecundo. Así fue, pues sus dos obras mejores, Brand Peer Gynt, publicadas en 1866 y en 1867, las escribió en Roma, como Goethe, que necesitó del cielo de Italia para terminar su Ifigenia y su Tasso.
Ibsen respiraba una atmósfera nueva, que le hizo también emprender nuevos derroteros. No consiguió nuestro poeta, como Goethe, remontarse de las pequeñeces más triviales á la belleza más sublime, ni contemplar á través de la espesa niebla de la humanidad doliente el eterno sol de la verdad infinita. No vio nunca el veneno que, al morderle como traidora serpiente, le infiltró el pueblo de su propia patria. Pero Ibsen aprendió en Roma cuál era la verdadera misión del poeta: consiste ésta en reproducir con originalidad las pasiones y los sentimientos de los hombres, ajustándose á lo que nos dice la ciencia y la experimentación, y libres de toda tendencia ideal, presentando de este modo á los lectores una especie de espejo fiel de la vida de su tiempo.
En Roma encontró Ibsen paz y tranquilidad para el trabajo. Sus relaciones eran aún muy escasas, «pero había roto las cadenas», como él mismo decía, que le ligaban á su patria; respiraba esa atmósfera de hermosura, de recuerdos y de grandeza. En Roma se encuentra el que se busca, entra en sí el que divaga. Ibsen se sintió rejuvenecer en Roma, donde estaba con su familia, y rodeado siempre de artistas y de amigos. Allí se estableció definitivamente, y algunas veces recordaba con amargura su decisión de no volver jamás á su patria. Sólo abandonaba la ciudad en los veranos, para irse á un pueblo de los Apeninos ó de la costa. Trabajaba desde la mañana hasta la tarde, y el resto del día lo pasaba con sus amigos. Pocas veces hablaba de sus trabajos. No le gustaba, y esto ocurre á todos los grandes poetas, enterar á los demás de los argumentos de sus composiciones.
(L. Passarge, en Enrique Ibsen, La España Moderna, 1892).


Peer Gynt es un drama tan rico en intenciones como Brand, pero con un predominio de lo lírico sobre lo lógico. Sería fácil explicar a Brand y Peer Gynt dentro del mismo sistema: Brand, la voluntad, Peer Gynt, la fantasía. Brand, el hueco ideal de las virtudes ausentes en el pueblo noruego; Peer Gynt el retrato de los defectos patentes en ese pueblo. Brand, el héroe, Peer Gynt, el fanfarrón...
Sin embargo Peer Gynt no es una alegoría, sino un poema lírico escrito en plena embriaguez.
Sobre la blanda materia de los caprichos de la fantasía ha ido operando una concepción del hombre, de la voluntad, del sentido de su conducta. Por eso, aunque la fantasmagoría de Peer Gynt es pura belleza, encontramos el tema de siempre: la vocación. Peer es el hombre sin vocación, he aquí el quid. Fantasea, pero siempre a la zaga de las circunstancias. La primera voz del poema es la de su madre Aase: “¡Mientes, Peer!” y contesta Peer: “¡Confía en mí! Espera que yo realice algo, algo realmente grande... ¡Seré Rey, Emperador!... Sólo necesito tiempo”. Aase, que lo conoce bien, suspira con tristeza: “Hubieras podido ser algo si, desde la mañana hasta por la noche, no tuvieras la cabeza repleta de embustes, hojarasca y desatinos”.
Peer Gynt va a las bodas de Ingrid y allí conoce a Solveig, que se desliza por la fiesta como un ángel rubio, tímido, pudoroso. Se enamora de ella como de un sueño. Bebe, asusta a Solveig... Luego, por despecho, rapta a Ingrid, la recién casada, y se la lleva a cuestas hacia lo alto de la montaña, perseguido por todos.
Ya lo tenemos a Peer Gynt obligado a andar por el mundo. Las circunstancias lo han empujado, no su voluntad. Aunque Peer razona a cada paso, es evidente que él no tiene una conducta intencionada, sino que se mueve en zigzag y a barquinazos. A veces lo agita un impulso de águila, pero es cosa del momento. No tiene vocación ni tiene ideales. Y en cuanto avanza cae en un nuevo enredo. Por ejemplo, el de la mujer verde, hija del Rey de la Montaña. Peer se casará con ella, con el reino por dote. Duendes, gnomos, espíritus, le imponen condiciones que Peer Gynt va aceptando una a una, hasta que quieren enajenarle su libertad, cambiarle de alma, convertirlo en duende. Peer se resiste, pelea, huye, pero ya lleva el estigma de los duendes. Los hombres dicen: “¡Sé tú mismo!” Peer, como los duendes, tendrá como lema: “¡Bástate a ti mismo!” Será un egoísta, no una personalidad creadora. Peer está encerrado en un yo falso que no es voluntad sino compromiso. Es la escena de la Cueva. Peer Gynt golpea con una rama las tinieblas que lo rodean. No puede pasar. Por mucho que ande siempre está en el centro. Es una prisión de niebla, redonda y sin forma. Escapa, no obstante. Y dos años después es el Creso de los armadores de Charlestown, tratante de negros en Carolina, vendedor de ídolos en China, contratante de misioneros, propietario en la América del Sur... Su táctica: “No dar jamás un paso decisivo, avanzar con prudencia por en medio de las emboscadas de la vida, acordarse de que no se limita al combate del presente y tener detrás una línea de retirada segura”.
En eso, mientras está contando cómo acumuló su riqueza, se la roban. Entonces se disfraza y se hace pasar por Profeta. Ante las nuevas circunstancias hace otra vez el balance: “Buscar el yo en el poderío del oro es edificar sobre arenas” ”¡Profeta! ¡Esto es ya una posición! Sé donde estoy. Cuando me agasajan es por mí y no por mi dinero. Soy el que soy, sencillamente”.
Cree haberse encontrado, cuando han sido las circunstancias las que cambiaron. Ahora llamará yo al sensualismo, así como antes el yo era el poder del dinero. Hasta que, al engañarlo Anitra, Peer comprende la falsedad. Pese a lo cual no se corrige. Ahora huirá del presente y recorrerá, palmo a palmo, los caminos de la civilización: Egipto, Asia, vuelta al Mar Rojo, Babilonia, Troya. Atenas... Por ahí lo nombran Emperador del Manicomio. El loco es el perfecto ensimismado. ¿Qué yo más pleno, más encerrado en sí mismo que el del loco? Al final Peer vuelve a Noruega, viejo, solo, con un dinero que se le pierde en el naufragio. Y otra vez el balance al que Peer siempre está dispuesto: es la famosa escena de la cebolla. Coge una y la va arrancando las telas, una por una. Cada tela es una falsa aventura, es un papel representado, es una personalidad simulada:
PEER GYNT: (Arrancando varias telas a la vez) ¡Cuántas envolturas! ¿No aparecerá nunca el corazón? (Desgarra a pedazos lo que queda de la cebolla). ¡No hay nada! En el mismísimo centro no hay sino envolturas, cada vez más pequeñas y pequeñas...
No hay en la cebolla (como tampoco en su alma) ni hueso ni fondo. Y ahora Peer escucha claramente su culpa. Es de noche. La selva de pinos ha sido devastada por un incendio. Todo está envuelto en humo. Y Peer oye los reproches: “Somos pensamientos que tú debiste haber pensado”, le dicen ovillos de hilo gris que ruedan entre los troncos calcinados. “Somos consignas que debiste haber proclamado”, le dicen las hojas secas. Y las voces del aire: “Somos las canciones que debiste haber cantado”. Y las gotas de rocío: “Somos lágrimas no vertidas”. Y las briznas de paja: “Somos acciones que debiste haber realizado”.
Peer Gynt sigue su marcha, pero le intercepta el paso el Fundidor, personaje con valor de símbolo, de alegoría, dentro de la concepción religiosa de Ibsen. El Fundidor le revela a Peer la orden de Dios: “Comunicarás a Peer Gynt que habiendo faltado a su destino debe, como producto averiado, ser fundido de nuevo”. Y agrega el Fundidor: “El Amo es económico, y por eso es tan cuidadoso. No arroja nada que pueda servirle de materia prima. Ahora bien, destinado a brillar como botón en el vestido universal, viniste sin engaste. No queda más recurso que arrojarte a la caja de botones estropeados para que vuelvas a ser derretido en la masa”.
La actitud de Ibsen al crear a Peer Gynt fue de amor. Aun de amor por sus defectos. ¡Es tan humano Peer! Por lo mismo que sospechaba que toda existencia es fracaso, Ibsen se enterneció con Peer Gynt, la más desvalida, la más lírica, la más alocada criatura de su teatro. Acaso sea Peer Gynt el poema de Ibsen que la posteridad prefiera siempre.
Extraído de Anderson Imbert, Ibsen y su tiempo, 1946.

En los dramas de Ibsen hay toda la complejidad de la vida moderna y toda su filosofía.
Quizá sean los únicos que hoy satisfagan á los espíritus intelectuales. Llegamos, con ellos, á los más hondos conflictos de la conciencia. Tiene más importancia el fracaso moral de una vida que la muerte de un hombre. La vida nos arrastra como un torbellino y nuestras voluntades son impotentes. Querer domeñar la existencia y ser víctimas de la realidad: esta es la tragedia en casi todos sus personajes.
Peer Gynt quiere afirmar su yo, perseverando en él. Tiene el orgullo de la personalidad y ansía su imperio. Y, sin embargo, no realiza el destino y su existencia es amorfa Todos sus arrebatos y sus maldades no sirven más que para extraviarle. Vive sólo para sí y su obra es estéril.
Hay escenas de una ternura sublime, por su misma condición, como las de Aase con la gente del pueblo y con su hijo: son momentos culminantes en que la vanidad de la vida se ofrece con aureola de luz eterna. Lágrimas vienen á los ojos, como si entonces la verdad surgiera de la belleza.
Peer Gynt quiere amoldarse á toda manifestación humana, como para imprimir el sello de su yo, y cada átomo de éste desaparece en la peregrinación loca. ¿Qué alcanza en su carrera? Vacío en tomo á él y extrañeza en el mundo. No hay solidaridad entre éste y él. Pero en su alma existe lo real y lo sobrenatural.
El héroe de esta obra, como tantos hombres, es víctima de su imaginación. Quiere Peer Gynt realizarla á toda costa y sus actos son vulgares: no pueden contenerla. Da á su vida una orientación que le es impropia, la aplica erróneamente, y este problema de alta psicología moral fue ya la preocupación del autor del Wilhelm Meister. ¡Cuántos hombres se consagran á obras que no les son peculiares!
Al final del drama volvemos al leitmotiv de la personalidad. ¿Dónde se ha ofrecido de modo tan filosófico y tan humano, como en las últimas escenas del último acto, la situación dramática del despojamiento de nuestro yo por la muerte? «Tú eres como una moneda de efigie gastada, que hay que fundir de nuevo»—dice el fundidor á Peer Gynt. ¡Que terror más profundo de éste, al percatarse de que su yo es un mito! La persona aparece como una ilusa y momentánea representación de esa voluntad universal, á la que todos obedecemos y que juega con nosotros. No nos conocemos y no somos nosotros. Nuestro yo, al menos, se desvanece en la sustancia del mundo. De su voluntad procedemos y á ella volvemos.
Sin embargo, nuestra personalidad vive en la representación que de ella toman los demás hombres y en ellos queda. Por eso es tanto más grande la escena de ternura entre Peer y Solveig cuando aquél la pregunta si es él mismo y si vive, contestándola ella que sí, que en su corazón y en su esperanza.
¿Hay problema más pavoroso que éste? Ibsen ejerce en sus obras de adivino del alma.
J. PÉREZ JORBA, en la Revista Blanca, 1902.

Años más tarde de haber escrito Peer Gynt, después que la obra ya se había publicado repetidas veces, Ibsen decidió llevarla al teatro. Peer Gynt está escrito en verso. Originalmente iba a ser un drama escrito para ser leído, no para ser interpretado en teatro. Las dificultades para cambiar rápidamente de escena (incluyendo un acto entero en oscuridad) ocasionaron algunos problemas en la interpretación.
Parte del plan de Ibsen para adaptar Peer Gynt a la escena era ponerle música a algunas partes, de modo que se puso en contacto con el compositor Edvard Grieg, también noruego. Grieg terminó la partitura al año siguiente y Peer Gynt se estrenó con gran éxito en la ciudad de Oslo a principios de 1876.



La partitura de la obra tenía un total de veintitrés movimientos, y más tarde, en 1888 y 1891, Grieg extrajo varios movimientos, hasta dejar los ocho definitivos, divididos en dos grupos: Suite nº1 (Opus 46) y Suite nº2 (Opus nº55).
Con la música de Grieg, Peer Gynt se convirtió en el drama nacional noruego, ocupando una posición en la conciencia noruega comparable al Fausto de Goethe en Alemania y al Hamlet de Shakespeare, en Inglaterra.

Ibsen y Suites de Grieg

Melómano
Peer Gynt, suites Nº 1 y Nº 2 de Edvard Grieg
por Martín Llade
Peer Gynt o el encuentro de dos genios noruegos
En 1876 Edvard Grieg contaba treinta y tres años de edad y había empezado a despuntar dentro del ámbito musical de su país con composiciones como el célebre Concierto para piano en la menor y las Piezas líricas para piano. En ellas se apreciaba ya una perfecta fusión entre el espíritu romántico de autores como Schumann y el folklore de su país, que empezó a emplear abiertamente gracias a la influencia de su amigo Rikard Nordraak, autor del himno nacional noruego. Casualmente, Nordraak era primo del dramaturgo Björnstjerne Björnson, para cuyas obras componía música incidental. Fallecido Nordraak repentinamente a los 23 años, Björnson recurrió a Grieg, cuyo mayor aval artístico en ese momento era la admiración que había suscitado en Liszt, que le invitó a visitarle en Roma. La fructífera colaboración entre el músico y el escritor dio como resultado partituras incidentales como la hoy aún popular Sigurd Jorsalfar e incluso proyectaron lo que pudo haber sido la primera ópera nacional noruega, Olaf Trygvason, pero esta idea se truncó al entrar en escena, y nunca mejor dicho, Henrik Ibsen. Autor de títulos tan universales como Casa de muñecas, Hedda Gabler, El pato salvaje Un enemigo del pueblo, Ibsen acababa de escribir algo totalmente diferente a su tónica habitual: un drama en cinco actos que tomaba como base el folklore y la mitología nacional para contar la vida de un ambicioso muchacho que vive insólitas aventuras. En un principio esta obra estaba concebida para ser leída y no representada, dadas las enormes dificultades escénicas que planteaba. Sin embargo, alguien le convenció de que la introducción profusa de una partitura permitiría los trabajosos cambios de decorado entre escena y escena sin que el público acusase las pausas, y decidió recurrir a Grieg, produciéndose el memorable encuentro entre la mejor pluma y el mejor músico de Noruega de todos los tiempos. El fruto de esta conjunción de talentos fue Peer Gynt y el propio Ibsen siempre se vería obligado a admitir que parte del éxito que cosechó la obra se debía a aquellos números musicales, en un principio destinados a rellenar huecos. Por su parte, Grieg, que admiraba profundamente a Ibsen, temía no estar a la altura de las circunstancias y tuvo que superar numerosas dificultades hasta lograr una música que se ajustase perfectamente al texto.
Peer Gynt es un travieso muchacho de aldea que sueña con ser rico y poderoso, pero en el que subyace también un alma de artista. Sin embargo sus vecinos no dejan de quejarse de su comportamiento, para disgusto de su madre, Ase. Peer acude a una boda, donde conoce a Solveig, pero el rechazo inicial de la muchacha le omnubila y secuestra a la novia, Ingrid, en plena ceremonia, para abandonarla después en unas montañas. Posteriormente Peer seduce a la hija del rey de las montañas y los trolls amenazan con comérselo si no se casa con ella. Aunque la perspectiva de heredar el reino le atrae, Peer comprende que acabará por convertirse también en monstruo y consigue escapar. Posteriormente se encontrará con la hija del rey de las montañas, que ha tenido un hijo monstruoso de la esporádica unión entre ambos. Tras la muerte de Ase, Peer viaja a África donde se convierte en tratante de esclavos y mercader. Tomado por profeta, un jeque lo aloja en su séquito, pero él secuestra a la bella Anitra, que finalmente escapa de sus garras, dejándole a su suerte en el desierto. Poco después Gynt vuelve con sus riquezas a su país, pero una tormenta hunde su barco frente a las costas y su regreso se demorará aún más. Pasados veinte años es un hombre cansado, que se encuentra con un extraño personaje, la Sombra, que de alguna manera siempre ha estado presente en sus aventuras. La Sombra le hace ver que su destino está en brazos de la mujer enamorada que aún lo espera, Solveig. Finalmente, el aventurero regresa y encuentra la redención en los brazos de aquella que siempre lo había esperado y lo acuna en sus brazos mientras le canta una nana.
Ante el entusiasmo del público, Grieg decidió que su música tuviese vida propia en los escenarios y escribió dos suites, que se encuentran entre las obras más populares de la llamada música clásica. De una gran belleza e inspiración, son parte del patrimonio cultural Noruego y representan a este país tanto como pueden hacerlo los fiordos o la literatura ibseniana. Sin embargo, como es habitual con las suites, la obra original, superior en todos los aspectos, ha quedado eclipsada, dada la dificultad que supone ejecutarla fuera del ámbito teatral, y la mayor parte del público ignora su existencia. Es por ello que, seguidamente, analizaremos ambas suites teniendo en cuenta la procedencia del material en ellas contenido y su forma original.
Suite Nº 1
1. La mañana
La pieza de apertura de la primera de las suites ocupaba en realidad el número 13 en la partitura de la obra de teatro y hacía las veces de preludio del IV acto. Sin embargo, la celebérrima melodía de la flauta ya había aparecido en el número anterior, sin desarrollarse, y con resonancias ciertamente célticas. Música del amanecer por excelencia, un solo de flauta expone el conocido tema, que poco después toma el oboe, iniciándose un delicioso diálogo entre ambos, hasta que la cuerda ejecuta el tema con grandiosidad desarrollándolo por completo. Finalmente, la trompa lo repite una vez más, con suavidad, iniciando un lento declive que concluye con del desvanecimiento de las notas en el aire, como si el amanecer se hubiese trocado en manso atardecer sobre las aguas del mar noruego. La mañana es uno de los más grandes logros de la música descriptiva, por cuanto que todo oyente occidental ha sabido siempre identificar lo que representaba ignorando su título o procedencia. El empleo de la madera dibuja en la imaginación del oyente bandadas de pájaros remontando suavemente el vuelo sobre verdes montañas, mientras que el crescendo orquestal, tras los tímidos esbozos de la flauta y el oboe, parecen corresponderse a la imagen majestuosa del sol emergiendo rojizo en el horizonte. Sin embargo, hubo algo en lo que puede decirse que falló Grieg, puesto que la acción se sitúa en el Norte de África, donde Peer Gynt se ha asentado tras la muerte de su madre, convirtiéndose en un próspero comerciante y traficante de esclavos; y ciertamente, su música no puede sonar más a escandinavo.
2. Muerte de Ase
En el acto III del drama fallece Ase, la cariñosa madre del protagonista, que siempre le ha reprochado sus travesuras. Grieg escribió entonces un número de un dramatismo extremo, en “Andante doloroso”, confiado por entero a la cuerda con sordina. A pesar de lo desgarrador de la pieza, sorprendentemente también transmite una enorme serenidad, que se explica por el contenido de la escena que la inspiró: en ella Peer sostiene con su madre moribunda un extravagante diálogo, en el que lejos de mostrar tristeza alguna, la convence del buen recibimiento que tendrá en el cielo, mientras que la anciana se muestra preocupada por las locuras que cometa su hijo cuando ella ya no esté. Acaso consciente de que en semejante contexto la música pasaría un tanto desapercibida, Grieg hizo que sonase también previamente, como preludio al acto III. En la Muerte de Ase queda perfilada perfectamente la típica elegía escandinava para orquesta de cuerda que tantos compositores de esa cultura, empezando por Sibelius, cultivarán sin descanso posteriormente. La desolación que evoca este número lo ha convertido en banda sonora frecuente de documentales de guerra.
3. Danza de Anitra Sorprende que con todo el material temático disponible en la partitura original Grieg desechase números tan logrados como la Danza de la hija del rey de las montañas, la Nana de Solveig o la Canción de los peregrinos y seleccionase la simpática pero banal Danza de Anitra para las suites. Tras el recibimiento triunfal que un grupo de devotas muchachas árabes dispensan al fingido profeta Peer Gynt, la joven Anitra, a la que éste planea raptar, baila para él en la tienda de un jeque esta danza grácil y tranquila, a ritmo de mazurca, dominada por el pizzicato de los violines y el triángulo. El mismo acorde suave inicial, acaso evocador de una racha de viento en el desierto, pone también punto final a la danza.
4. En la cueva del rey de las montañas
Correspondiente al octavo número de la partitura original es uno de los movimientos más populares de la historia de la música de todos los tiempos, reconocible por cualquier oyente, melómano o no. A su vez, Fritz Lang lo introdujo en su obra maestra M, el vampiro de Düsseldorf de forma un tanto inquietante: era la tonada que silbaba el asesino de niños encarnado por Peter Lorre y a través de la cual es identificado por un ciego. Sin embargo, a pesar de esta fama son muy pocos los que saben qué describe exactamente esta música ni quién es el susodicho rey de las montañas, en cuyo reino viven trolls, duendes y gnomos. En la mitología noruega los gnomos no son esos amables hombrecillos de gorro puntiguado que se saludan frotándose la nariz, sino seres sanguinarios que devoran a quien se adentra en sus dominios. Peer Gynt se adentra en estos dominios para seducir a la hija del rey de las montañas y consigue su propósito, pero cuando quiere huir sigilosamente de la gruta empieza a sentir que miles de ojos inyectados en sangre le observan y echa a correr. Los gnomos entonan un coro infernal, clamando “Un hijo de cristianos ha osado entrar en la cueva del rey de las montañas ¡Matadlo!” y se arrojan sobre él mientras cada gnomo exige la parte de Peer que quiere devorar y un anciano sugiere que traigan hielo para mantenerlo fresco. Naturalmente, en la suite desapareció el coro, siendo sustituido de nuevo por la cuerda, lo que le resta parte de la espectacularidad que poseía en su versión incidental. Sin duda, de los ocho números de la suite es en éste en el que más se percibe una acción concreta: el comienzo evoca la oscuridad de la cueva y el paso ligero en extremo de Peer Gynt tratando de salir de ella. El fagot, el violonchelo y el contrabajo suenan de forma casi imperceptible, de forma pesante, recreando sus pasos. Al poco se le unen el oboe y los violines en pizzicato, sugiriendo inequívocamente que anda de puntillas, pero entonces la música acelera su ritmo y el crescendo conduce a un tutti estruendoso, donde originalmente estaba el coro, en el que surgen de repente todos los duendes y trolls, furiosos. Atrapado el protagonista, un redoble contundente concluye esta breve pieza de apenas dos minutos y medio de duración.
El número que sucedía a ésta en el drama, la Danza de la hija del rey de las montañas en la que este personaje baila para Peer Gynt mientras está atado, estuvo a punto de formar parte de la suite Nº 2, pero finalmente Grieg decidió omitirla.
Suite Nº 2
1. Lamento de Ingrid
Casi al comienzo de la obra el inquieto Peer Gynt, al cual consideran en su aldea de la piel de Barrabás, acude a una boda donde conoce a Solveig, de la que queda prendado. Sin embargo, ésta se escandaliza de su forma de ser y le rehuye, provocando en el joven una furia ciega que le llevará a secuestrar a la novia de la boda, Ingrid, a la cual colma de promesas. Pero en cuanto tiene ocasión la abandona y se lanza a buscar nuevas aventuras. Este pasaje, situado casi al principio de la obra de Ibsen, recrea la desesperación de Ingrid al verse sola y traicionada. Los violentos acordes en allegro furioso del principio, dominados por la percusión, dan paso a un andante de gran tristeza, aunque sin llegar a los extremos de la Muerte de Ase. Cuando este andante se extingue, con la resignación de la novia despechada a volver a la aldea a afrontar su vergüenza, el agresivo pasaje del principio vuelve a repetirse.
2. Danza árabe
Junto con la de El cascanueces ésta es la denominada danza árabe más popular de la música, aunque en ambos casos es evidente que ni Grieg ni Tchaikovski estaban familiarizados con dicho folklore. Todo ello responde a la obsesión por el exotismo que vivió Europa en la segunda mitad del siglo XIX y de la cual serían partícipes músicos como Rimski-Korsakov, Bizet o Lalo, culminando con las óperas orientales de Giacomo Puccini, a principios del XX, éstas ya más documentadas. Lo que Grieg propone como danza árabe es una pieza vivaz escrita en compás de 4/4, en la que la percusión juega un importante papel de principio a fin. Una juguetona melodía, en la que van turnándose los instrumentos de madera da paso a la réplica de la orquesta, que en el original era el coro de huríes, lideradas por Anitra, que toman a Peer Gynt por un profeta. Su cántico ensalzaba las supuestas loas de este profeta y arrojaban a su paso pétalos de flor ante la mirada socarrona del aludido. Luego los violines toman la iniciativa en el episodio central, reproduciendo lo que era la canción de Anitra, escrita para tesitura de mezzosoprano, y en la que se sigue lisonjeando a Peer Gynt. Ciertamente, al igual que En la cueva del rey de las montañas La canción de Solveig la reducción a suite, prescindiendo de la voz, hace resentirse a este número, especialmente porque era el único en el que participaban tanto el coro como una voz solista. La festiva brillantez del principio cierra la danza.
3. El regreso de Peer Gynt
Número 21 del original y preludio del acto V, también se titulaba Noche tormentosa en el mar. El próspero Peer Gynt decide volver a Noruega para estar al lado de Solveig y hacer ostentación de cuanto ha ganado, pero la suerte se le vuelve en contra y una tormenta hace naufragar su barco frente a las costas de su país, perdiendo toda su fortuna. Aferrado a los restos del navío, la corriente lo llevará muy lejos de su hogar, retrasando varios años más su regreso. La recreación de tormentas en la historia de la música tiene a Beethoven, con su Pastoral, como su más ilustre predecesor, pero existen otros ejemplos como la de Rigoletto u Otello de Verdi, hasta, por supuesto, El holandés errante de Wagner. De una fuerza impresionante, la tormenta del noruego emplea la madera para reproducir la sensación de las rachas de viento que poco a poco van amainando, mientras los acentos sombríos de la cuerda grave, la percusión y las trompas imitan las envestidas de las olas gigantescas que destrozan el barco en el que viaja el protagonista. En la obra de teatro al lamento de Peer Gynt a la deriva le sucedía la canción de Solveig, causando un bellísimo efecto de calma tras la tormenta, que anticipa la redención final y el compositor quiso mantenerlo en esta suite, colocando inmediatamente después dicha canción.
4. Canción de Solveig Solveig representa, junto a Ase, el otro personaje femenino positivo de la obra, lo que no es cosa baladí teniendo en cuenta que surgió de la misma pluma que creó a la Nora de Casa de muñecas . Las otras mujeres que se nos van presentando, como la ingenua e infiel Ingrid, Anitra, la hija del rey de las montañas, o las tres muchachas, son meras caricaturas, a las que el protagonista seduce con facilidad. Sin embargo, la bella y sencilla Solveig logra conquistarlo con su dulzura y será ella quien lo espere, como Penélope, durante veinte años, mientras él regresa de su particular odisea. En sus brazos es donde halla el héroe la redención, y es una verdadera lástima que Grieg no introdujese en las suites la nana con la que lo recibe, poniendo así punto final a la obra. La conmovedora canción de Solveig corresponde al número 19 de la música incidental original y luego se repite, con distinta letra, en el 23. Concebida para voz de soprano, ésta es nuevamente sustituida en la suite por los violines, perdiendo gran parte de su encanto. La cuerda domina casi por completo este número, expuesto con una mansedumbre brumosa, evocadora de un atardecer tranquilo sobre el mar escandinavo. En ella Solveig expresa su fe en que su amado Peer, en esos momentos al otro lado del mundo, regresará a buscarla, aunque pase el invierno, desaparezca la primavera, y con el fin del verano termine el año. Y si acaso él ha muerto, seguirá esperándole allí, hasta el momento en que puedan reunirse para siempre.
Otros números de interés fuera de las suites
Pese a que las suites ayudaron rápidamente a popularizar la obra y permitieron que disfrutase de vida propia fuera de los escenarios, más de la mitad del material escrito quedó relegado al olvido, pese a que Grieg hubiera podido, de haber querido, extraer una o dos suites más, por ejemplo de números como los siguientes, todos ellos de una calidad a la altura de los ya conocidos por el público:
Obertura.
-La boda (Nº 1)
-Peer Gynt y las tres muchachas (Nº 5)
-Peer Gynt y la mujer de verde. (Nº 6)
-Por el caballo se reconoce al caballero. (Nº 7)
-Danza de la hija del rey de las montañas. (Nº 9)
-Peer Gynt canta a Anitra (Nº 17)
-Peer Gynt ante los colosos de Memnon. (Nº 20)
-Himno de los peregrinos. (Nº 25)
-Nana de Solveig. (Nº 26)
Discografía recomendada:
-Suites Nº 1 y Nº 2: Bornemouth Symphony Orchestra, director: Paavo Berglund (+ Danzas sinfónicas) EMI.
-Extractos de la música incidental del drama: Elly Ameling (soprano), Geraldine Walther (viola), Coro y Orquesta de San Francisco, director: Edo de Waart (+ suite Holberg). PHILIPS
-Versión íntegra: Peer Gynt op. 23 , Toralv Maurstad (Peer Gynt hablado), Urban Malmberg (Peer Gynt cantado), Barbara Bonney (Solveig), Wenche Foss (Ase), Marianne Eklof (Anitra). Orquesta Sinfónica y Coro de Gotheburg, director. Neeme Järvi (+ Sigurd Jorsalfar). DEUTSCHE GRAMMOPHONE.
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