Xabier F. Coronado
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Revolución
tecnológica y literatura |
Lo que vieron mis ojos fue simultáneo:
lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.
J. L. Borges
lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.
J. L. Borges
A finales del pasado siglo, la irrupción en el marco de la sociedad humana de internet –un conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas–, ha significado una revolución en muchos aspectos. El laberinto de la red de redes se ha convertido en una galaxia en expansión que invade nuestra vida cotidiana; se trata de un acontecimiento que marca con claridad una frontera histórica: la era digital.
La revolución virtual
Aunque la primera red interconectada se remonta a finales de 1969, cuando se establece el enlace entre la UCLA y la Universidad de Stanford, no es hasta 1990 cuando comienza a extenderse la Red Informática Mundial (World Wide Web), lo que conocemos por “la web” o “triple w”, un sistema de distribución de documentos interconectados de hipertexto y multimedia accesibles vía internet. Después de veinte años de propagarse, la web se ha convertido en algo indispensable para la mayor parte de la sociedad, tanto a nivel laboral como en el campo de las relaciones personales.
La revolución tecnológica es un movimiento global que se transforma vertiginosamente y el ser humano no es totalmente consciente de lo que está sucediendo y de las repercusiones que –a corto, mediano y largo plazo– tendrá en la evolución de la sociedad. En un principio el fenómeno del correo electrónico y, posteriormente, la propagación de las redes sociales a través de la llamada web 2.0, cambiaron radicalmente nuestra manera de comunicarnos. Este camino tecnológico provoca cambios que nos obligan a replantear muchas cosas.
Ante esta realidad virtual tan determinante, las transformaciones se están produciendo a todos los niveles y a veces de forma radical: las instituciones educativas, el sistema económico, la vida política y el mundo cultural se han visto impulsados a modificar sus dinámicas de funcionamiento; por su parte, una cifra incalculable de individuos han cambiado la manera de relacionarse con su entorno social. La vida diaria está inmersa en un marco virtual que cada vez ocupa más nuestro tiempo.
Las áreas del conocimiento y la creación también se han visto afectadas y el nuevo escenario rompe moldes. Las manifestaciones artísticas están sufriendo el embate de las nuevas tecnologías y se abren posibilidades aún por explorar.
Literatura y nuevas tecnologías
La literatura ha sido, entre las artes, una de las más turbadas y seducidas por las nuevas tecnologías; fue precisamente un escritor visionario, Arthur C. Clark, quien, en 1970, en un artículo firmado por Wernher von Braun para la revista Popular Science, anunciaba lo que estaba por llegar: “Imagina una consola en tu oficina que combina, oprimiendo un botón, los servicios de un teléfono, una televisión por cable, una fotocopiadora y una pequeña computadora electrónica conectada a un sistema sincronizado satelital; esta consola podrá poner todo el conocimiento acumulado del mundo al alcance de las manos.”
Los nuevos tiempos exigen una reconsideración sustancial de la literatura porque los conceptos de libro, escritura y lectura están cambiando. La puesta en escena de otros elementos creativos –el hipertexto, la imagen en movimiento, la música o el dibujo–, multiplica las posibilidades del discurso narrativo y la producción de obras nuevas. La industria editorial se reorienta y el libro cede paso a soportes digitales que facilitan la autoedición.
En estos tiempos debemos adaptarnos a leer los libros en un dispositivo electrónico: es ganancia para la literatura y la lectura. Los libros digitalizados cambiaron el panorama de la edición y difusión de textos: papel y tinta van desapareciendo. El libro digital genuino difiere en muchos aspectos del digitalizado: no tiene antecedente físico y pone en juego planos virtuales de textos, imágenes y sonidos al servicio del hecho narrativo. El uso de la computadora para la creación literaria permite al texto electrónico ser multilineal, multimedial e interactivo, aspectos que le confieren su naturaleza virtual irreversible.
Es indudable que se están produciendo novedades y cambios en aquello a lo que estábamos acostumbrados, aunque tales transformaciones todavía no se procesan del todo bien y deberá pasar tiempo para tener una idea clara de lo que suponen. Un factor importante es que los aparatos multifuncionales son relativamente asequibles y su uso se facilita por cuestiones económicas de consumo. Con sólo intentarlo, cualquiera puede grabar imágenes y sonido, escribir en varios formatos, dibujar, y un largo etcétera de posibilidades; por eso en la red hay de todo y mucho es experimental o improvisado. Un dato: en diversas universidades ya existen asignaturas de narrativa digital, revistas, páginas web y premios que son el vivero de una nueva generación de escritores.
Los escritores siempre han sido reflejo de su tiempo, sus obras aportan imágenes que interpretamos mentalmente, porque leer establece vínculos, significa dialogar y los libros han sido interlocutores de la evolución del pensamiento humano. El puente establecido entre escritor y lector adquiriere nuevas dimensiones gracias al soporte digital. Este panorama, donde se abren otras formas de construir y difundir en el mundo literario, es una realidad incuestionable y nos invita a reflexionar desde posturas abiertas sobre la llamada literatura digital.
Los antecedentes
Podemos repasar la historia y analizar si los cambios tecnológicos en el proceso literario –papel, imprenta, máquina de escribir– afectaron al hecho creativo. Es evidente que fue en el plano divulgativo donde las novedades técnicas han influenciado más. El papiro fue un avance frente a los soportes anteriores en tablillas de barro. El papel abrió los límites que tenía el pergamino y la imprenta dio a todo el avance una dimensión que parecía definitiva.
La revolución tecnológica supone un cambio más trascendental porque no sólo afecta el tema de difusión sino también el proceso creativo. Las herramientas personales que utilizamos para realizar la escritura también han evolucionado, desde punzones y plumas, hasta la máquina de escribir y la eclosión de los teclados digitales. Computadoras, tabletas y teléfonos tienen incorporado un sistema digital virtual con funciones múltiples que hacen posible otra manera de escribir. El avance tecnológico está teniendo mucha repercusión en el proceso literario, porque facilita la elaboración y distribución de productos e incrementa las posibilidades creativas.
Una de las primeras opciones que ofrece la escritura en soporte digital es la utilización del hipertexto, que expande la estructura lineal de lo que escribimos o leemos y permite trascender las limitaciones del libro impreso. Esos límites ya intentaron romperlos escritores como Lawrence Sterne (Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, 1767); Pérez de Ayala (La pata de la raposa, 1913); Joyce (Finnegan’s Wake, 1939); o Italo Calvino (Il castello dei destini incrociati, 1969), quienes, a fuerza de genio e inquietud, se escurrían entre los barrotes de la jaula de papel. También Borges, con los relatos incluidos en Ficciones (1944), El Aleph (1945) o El libro de arena (1975), abría caminos hacia otras dimensiones literarias; por su parte, Cortázar consiguió con Rayuela (1963), al usar textos como material interconectado, abrir la puerta a múltiples lecturas.
Estos antecedentes son llamados protohipertextos en ese lenguaje de lo virtual, que sufre la ansiedad por nombrar que padece el que apenas está creciendo. Así surgen distintos neologismos para un mismo concepto y se habla de literatura digital o electrónica, de ciberliteratura o de literatura tecnológica... y los géneros se reconvierten en hiperficción, holopoesía, ciberdrama o wikinovela. También, según el lugar de la red donde se escriba, surgen la blogonovela o la twitteratura. Decir que algo escrito en 140 caracteres puede ser un twitpoema, un twitrelato o cualquier otro derivado, cuando ya existen el haikú, el epigrama, el aforismo o el microrrelato, es querer dar al medio el carácter de género literario y pretender nombrar lo que ya tiene nombre.
A pesar de la celeridad tecnológica de los tiempos, el cambio a nivel narrativo tuvo que recorrer un camino. Después de aquellas obras que utilizaron el hipertexto para experimentar otras opciones, llegaron los primeros ensayos de anexar soportes audiovisuales en el producto literario; autores reconocidos como Laura Esquivel (La ley del amor, 1996) o Luis Goytisolo (Mzungo, 1996), entre otros, buscaron con estas obras híbridas nuevas dimensiones para la creación literaria.
Hay libros que son eslabones entre la narrativa analógica y la digital, entre ellos el experimento de novela en la red La rebelión de los delfines, que Francisco Umbral inició con una frase fuera de contexto que fue continuada por varios escritores y posteriormente sería trasladada al formato impreso (Espasa Calpe, 2001). Otros ejemplos son La isla del fin de la suerte, un proyecto de Lorenzo Silva (Círculo de Lectores, 2001); Vidas prodigiosas, obra digital diseñada en 2006 por la Universidad de Deusto; y Madrid escribe (2006), un proyecto literario de la Comunidad de Madrid. En ellos ya se introducen el hipertexto, los enlaces y la autoría compartida.
La literatura digital
Históricamente, la literatura como concepto ha abarcado dimensiones y definiciones diversas. Hasta ahora el soporte no producía categorías ni géneros literarios, sólo era el medio donde escribir pensamientos e ideas y no influía de manera determinante en el contenido del texto. En la actualidad, el libro se transmuta en pantalla interactiva conectada con imágenes y documentos. La narrativa digital produce un texto con enlaces multifuncionales y multimediales, concebido y realizado en un campo virtual.
Hasta la aparición de las nuevas tecnologías, sólo teníamos dos posibilidades de narrar: de manera oral o escrita. En la actualidad surge la forma virtual que, además de la palabra escrita, utiliza recursos multimedia para construir obras literarias. De la unión entre tecnología digital y literatura resulta un nuevo modelo; este hecho provoca un cambio en los paradigmas literarios: literatura oral, literatura impresa y literatura digital. Indudablemente la literatura digital representa una ruptura con respecto a la tradición, es un cambio sustantivo porque utiliza un lenguaje que incorpora nuevos símbolo pero es, en definitiva, una nueva manera de hacer literatura.
A la hora de debatir, los que defienden el libro en tanto objeto argumentan la cuestión física y estética; apelan al tacto y al olfato frente a la supuesta frialdad del aparato electrónico que, por otro lado, amplía las posibilidades sensoriales del libro clásico (imágenes dinámicas y sonido). Otra diferencia es que el soporte digital resuelve problemas de transporte y almacenamiento: hoy en día, cualquier computadora puede guardar miles de obras literarias digitalizadas. A pesar de todo, no es probable que el libro vaya a desaparecer; se seguirán haciendo obras susceptibles de ser impresas.
La literatura digital ya ha producido composiciones interesantes y de calidad. En español podemos citar, entre otras, un par de obras de Jaime a. Rodríguez, realizadas con el apoyo de la Universidad Javeriana de Bogotá: Gabriella infinita(1995, 1998-99, 2005), que tiene tres versiones: tradicional, hipertextual, y multimedial; y Golpe de gracia (2007), que incluye videojuegos y una novela lineal. En inglés se pueden recomendar las clásicas Afternoon, a Story (1987), de Michael Joyce, y Victory Garden (1991), de Stuart Moulthrop. Es indudable que una nueva forma de narrar ya comenzó a cristalizarse.
Si la revolución tecnológica genera medios para desarrollar una creatividad literaria donde tenga cabida la genialidad artística y la elaboración de productos de calidad, bienvenida sea. No es casualidad que la literatura digital esté cada vez más vinculada al medio universitario, que es el canal adecuado para la entrada de cambios que luego maduran y se normalizan.
No se debe prejuzgar o rechazar por sistema, pues al posicionarse en contra de la novedad se corre el peligro de emular el inmovilismo educativo de la época franquista, cuando en un colegio religioso se enseñaba que “novedad significa no-verdad”. Lo que se debe rechazar siempre es la simulación, porque sólo se sustenta en la mentira y nos conduce sin remedio al adocenamiento.
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