viernes, 20 de marzo de 2015

Catilina de Ibsen a 187 años de su nacimiento

Henrik Johan Ibsen: Catilina (1848-1850)

Francisco Javier Chaín Revuelta


En su crítica de la traducción francesa de Catilina,  publicada en Speaker en1903,  James Joyce como en sueños citaba versos de Henrik Johan Ibsen, personaje que esta nota trae a la memoria a 187 años de su nacimiento.

Soñé que, alado cual el antiguo Ícaro,
Volaba muy alto bajo la bóveda celeste

En el año 1848, a la edad de 20 años, Ibsen escribe su primera pieza (romántica) titulada  Catilina  “Ibsen considera a Catilina como un gran rebelde, como un hombre de grandes ideales que lucha por regenerar a una sociedad corrompida, pero que fracasa en su intento” así lo expresa Ana Victoria Moncada, en el prólogo a la edición de obras de Ibsen de la Editorial Porrúa, México, 1999.
En 1850 Ibsen ya se estaba trasladando  a Cristianía, donde, después de intentar retomar los estudios de medicina, a pesar de llevar una existencia de penurias económicas decide vivir de sus obras. Publica Catilina (1848-1850) bajo el seudónimo de «Brynjolf Bjarme» que es mal acogida por la crítica y no consigue que sea representada
De espíritu esencialmente melancólico y pesimista, recibió fuertes críticas tras la publicación de esta primera pieza teatral. A partir del año 1851 se decide a vivir del teatro, y durante 10 años se desempeña como director escénico, lo que le permite adquirir conocimiento en la técnica de la representación.
Hayry Sullón Chávez del grado/ Secc: 5º “I” del Colegio Nicolás Copérnico en el año 2012 señalaba su parecer sobre las características de las obras de Ibsen: “La apariencia y la realidad. El ser verdadero y el ser no auténtico. Enfrentamiento del individuo y sus ideales con las convenciones sociales. Idealismo Pesimista. Sus personajes son a la vez reales y simbólicos. Finales abiertos que comprometen al espectador con la pieza (le obligan a decidir su propio final)
Jorge Dubatti narra que este drama en tres actos escrito en el invierno de 1848-1849 fue representado por primera vez el 3 de diciembre de 1881 en el Nya Teatern de Estocolmo. Catilina está concebida con arreglo a los principios de la escuela romántica, pero con el intento de desarrollar un drama histórico en relación con las tradiciones del país natal y el ambiente del mundo en torno, cuajado de intentos revolucionarios. El protagonista encarna, como en tantos otros héroes ibsenianos, el fracaso de lo volitivo, de la voluntad y el buen deseo, contra la circunstancia adversa totalmente desfavorable, por encima del Fatum o del Destino de la Tragedia Antigua.
En 1896 Rubén Darío incluirá al autor de  Catilinia en la galería de los personajes excepcionales de Los raros y apelará a la tópica romántica antes reseñada para caracterizar la singularidad ibseniana.
Catilina es un drama histórico y de conciencia. La obra inicial de todo gran autor dramático comprende, al menos, dos dimensiones relevantes para su abordaje crítico: el interés intrínseco y singular de la misma producción, y a su vez la posibilidad de encontrar en esa propuesta artística los primeros esbozos en la conformación de las matrices constitutivas de su trayectoria poética. En ese sentido, el propio Ibsen reconoce que su primer drama teatral, Catilina, contiene varios de los rasgos que  caracterizan toda su dramaturgia: “Muchos temas que aparecen en mis obras posteriores –la oposición entre la aptitud y el deseo, entre la voluntad y la posibilidad, la tragicomedia del individuo y la humanidad-, están ya allí” (Ibsen, Teatro completo, 1952)
La primera pieza teatral de Ibsen fue recibida con indiferencia; recién en 1881, treinta años después de su primera escritura, se realizó en Estocolmo la primera puesta en escena. Ibsen concluyó Catilinia en 1849, y en ese mismo año tuvo su primera negativa, ya que fue rechazada por el Teatro de Cristiana para su representación. La obra no habría sido publicada en 1850 – con el seudónimo de Brynjolf Bjarme-, si los amigos del autor no le hubieran financiado la edición. Tuvieron que transcurrir veinticinco años para que el texto alcanzara su segunda publicación (1875), que incluyó un extenso prólogo del propio Ibsen donde detallaba, entre otras cuestiones, las repercusiones iniciales de su propuesta: “Dio algo que hablar la pieza e interesó a estudiantes, pero la crítica me reprochó la pobreza de mis versos y no estimo asaz madura la obra. (…) Vendimos muy pocos ejemplares de nuestra pequeña edición” (Teatro completo, 1952).
La originalidad de la propuesta de Ibsen no radica en el tema o el personaje elegido sino en su tratamiento. Aunque no se pueda determinar fehacientemente si Ibsen conocía las otras versiones, al momento de la producción de Catilina ya habían sido difundidas varias obras teatrales (Ben Jonson, Alejandro Dumas, entre otros) sobre este episodio conspirativo en Roma. Hay consenso de la crítica teatral en considerar que las fuentes de inspiración del autor noruego al escribir Catilina fueron Cicerón y Salustio, autores latinos que estaban incluidos en el programa de estudios preparatorios que Ibsen seguía para poder ingresar a la Universidad en Cristianía. Es innegable la referencia a Coriolanus, la tragedia romana de William Shakeaspeare.
La singularidad de la versión ibseniana se sitúa en el enfoque que realiza sobre el personaje romano. El autor noruego procuró encontrar en la figura de Catilina no sólo al nefasto conspirador que la tradición histórica clásica se encargo de promover. Sobresale su voluntad de valorar la complejidad de un personaje atravesado por tensiones paradójicas: quiere reformar el Estado corrupto de la época, pero intenta hacerlo con prácticas políticas cuestionables. Catilina es atravesado por la disputa moral, ética y afectiva que sus propias conductas le generan. Andersen Imbert afirma que Ibsen “se apartó de la verdad histórica y del ideal político y escribió, desnudamente, el drama de una conciencia”
La complejidad del personaje de Catilina es acentuada por Ibsen en la articulación de los acontecimientos que la pieza narra. La obra teatral se inicia con un parlamento de Catilina donde éste expresa la necesidad de emprender una acción eficaz para restituir a Roma la virtud pasada, pero también evidencia su indecisión e imposibilidad de llevar a cabo ese emprendimiento. Será justamente un grupo de ciudadanos romanos, con una moral y ética de dudosa dignidad, quienes cansados del régimen de gobierno de la época impulsarán a Catilina a encabezar el levantamiento militar y político.

Precisamente la composición dramática de la pieza se constituye a partir de un juego de dualidades, ya que en el terreno afectivo también el personaje se encuentra en tensión entre dos opciones: el amor de su esposa Aurelia y la atracción por la vestal Furia. Los encuentros idílicos de Catilina con la vestal desembocan sorpresivamente en una solicitud de Furia: como prueba de amor le exige el juramento de venganza sobre el hombre que un día deshonró a su hermana, y ocasionó su posterior suicidio. Trama política y trama amorosa se cruzan estrechamente, drama histórico y melodrama: el villano a castigar por la destrucción de una víctima inocente es el propio Catilina, quien acaba jurando contra su propia persona. En esta escena de develamiento, Furia mata su amor por odio y dejara apagar el fuego sagrado del templo de Vesta, por lo que será condenada a un encierro eterno. El amor despertado por la vestal en Curio, joven pariente de Catilina, derivará en la liberación de Furia y en la traición: develará los planes conspirativos de Catilina. Bajo estas circunstancias, el revolucionario y sus seguidores son derrotados por las fuerzas romanas, y Catilina queda solo en el campo de batalla enfrentado a la doble atracción hacia su mujer Aurelia (a quién terminará apuñalando) y hacia la siniestra Furia, quién le dará muerte a él. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario