Don Juan O’Donojú, un benemérito gobernante olvidado en la historia de México
Ignacio González–Polo
Don Juan O’Donojú, un benemérito gobernante
olvidado en la historia de México
Si he hecho mención del general O’Donojú ha sido, porque he creído que el recuerdo de este
hombre notable, y de un nombre verdaderamente histórico, no se ha de condenar al olvido,
sino por el contrario se debe conservar su memoria en nuestra Patria.
José María Bocanegra
Memorias para la historia de México (1822-1846).
O’Donojú, no ha muerto, es ilusión. La muerte pudo
apartar su persona de nuestra vista; pero no borrará sus virtudes de nuestra gratitud.
José Joaquín Fernández de Lizardi
Pésame a Iturbide por la muerte del general O’Donojú (1821).
Con el Plan de Iguala, una de las maniobras polí-
ticas más audaces en la historia de México en la
que todos los sectores sociales de la Nueva España
vieron la formula de solución a todas sus aspiraciones,
Iturbide logró exitosamente la marcha triunfal
del Ejército Trigarante.
De no haber sido por este plan ni el alto clero
ni los letrados ni los militares realistas ni los comerciantes
y terratenientes españoles y criollos ni el
Ejército Insurgente comandado por Vicente Guerrero
hubieran subordinado su propio orgullo a la finalidad
de conseguir el ideal de romper para siempre la
dependencia política de España.
La Nueva España, en efecto, en 1821 —casi once
años después del grito inmortal del cura Hidalgo— se había encendido automáticamente en una rebelión
general, de uno a otro confín de su territorio, precipitando
la caída del virrey Juan Ruiz de Apodaca,
conde de Venadito, que fue destituido de su cargo
por un golpe de Estado militar, encabezado por el
mariscal de campo Pedro Francisco Novella, quien lo
sustituyó a principios del mes de julio, 25 días antes
de que desembarcara en las costas de Veracruz Juan
O’Donojú, designado por el Ministerio de Ultramar,
jefe político superior del reino de la Nueva España
en sustitución del título de virrey, suprimido por las
Cortes de Cádiz.
Así las cosas, cuando O’Donojú llegó el 30 de julio
de 1821, confiado, como se lo habían informado
las autoridades metropolitanas españolas, en que
encontraría el reino en paz, después de su visita al
fuerte de San Juan de Ulúa para obtener noticias de
la guarnición, hizo su entrada a la capital jarocha el 3
de agosto, donde constató la caótica situación en que
se hallaba el país, por lo que escribió a las Cortes de
Cádiz: “Se carece absolutamente de correspondencia
con [la ciudad de] México y todo el interior. Estamos
reducidos al recinto de la población; no hay tropas ni
en donde levantarlas; no hay dinero, no hay víveres,
no hay ninguna clase de recursos.”1
Ese mismo día O’Donojú lanzó una proclama en
la que anunciaba —dando sensación de que tenía muy
claros sus objetivos— su llegada a los habitantes de
Nueva España, haciendo constar “la liberalidad de sus
principios y la rectitud de sus intenciones”, y anunciaba
que las Cortes concederían a México la representación
soberana que se pretendía, pues los diputados mexicanos
apoyados por los españoles: “trazaban el Plan
que debía elevar a México al alto grado de dignidad de que
era susceptible.”2
Añadía, además, “haber llegado sin el
apoyo de fuerzas y con el deseo de alcanzar un acuerdo
que fuera grato para los mexicanos”, pero de no ser así,
“a la menor señal de disgusto... os dejaré tranquilamente
elegir el jefe que creáis conveniros.3 Don Juan O’Donojú, un benemérito gobernante...
Enseguida, O’Donojú entró en correspondencia
por carta con Iturbide, que se hallaba en Puebla, para
invitarlo a que se reunieran a conversar en la villa
de Córdoba, expresándole que no tenía otro deseo
que el de:
tranquilizar las inquietudes, no consolidando el despotismo,
no prolongando la dependencia colonial, ni
incurriendo en las funestísimas debilidades de muchos de
mis antecesores, combinados por un sistema de gobierno
que se resentía del barbarismo de los siglos en que se
estableció, y que ya felizmente no rige entre nosotros.4
Iturbide llegó a Córdoba el día 23 de agosto, en
medio del mayor entusiasmo popular, y después de
las cortesías de rigor, se aplazó la entrevista para el día
siguiente, diciendo Iturbide a O’Donojú: “Supuesta la
buena fe y armonía con que nos conducimos en este
negocio, creo que será muy fácil cosa que desatemos
el nudo sin romperlo.”
Y no se equivocó el caudillo, porque el jefe
político superior de Nueva España, quien despreciaba
profundamente el despotismo absolutista de
Fernando VII, en lugar de oponerse a todo lo hecho
y preconizado por Iturbide en el Plan de Iguala, lo
aceptó de buena gana —excepto la candidatura del
archiduque Carlos a la corona del imperio mexicano
y sugiriendo, de buena fe, que de no aceptar la misma
los Borbones, las cortes mexicanas designarían a un
candidato sin condición de nobleza (lo que permitió
a Iturbide ascender al trono)—, firmando uno y otro
el Tratado de Córdoba, mediante el cual se reconocía
a México como nación soberana e independiente.
Cualesquiera hayan sido sus más íntimos designios,
O’Donojú, al firmar dicho convenio sin la autorización
de las cortes ni la del rey, dice don Ernesto
de la Torre Villar, “trató de salvar el honor de España
y mantener una puerta abierta a la unión entre las
dos naciones”. En este sentido, añade este historiador, 4 Ibid., p. 1488.
Cualesquiera hayan
sido sus más íntimos
designios, O’Donojú, al
firmar dicho convenio
sin la autorización de
las cortes ni la del rey,
dice don Ernesto de
la Torre Villar, “trató
de salvar el honor de
España y mantener
una puerta abierta a
la unión entre las dos
naciones”. “O’Donojú obró de acuerdo con sus posibilidades y
obró bien”.5
Por ello, al dirigirse éste, dos días después de
haber firmado el Tratado de Córdoba, al general José
Dávila, último jefe realista que se mantuvo adicto
a Fernando VII en el fuerte de San Juan de Ulúa, le
expresaba, independientemente de ordenarle que
impidiera el desembarco de las tropas españolas
provenientes de La Habana, que estaba “convencido
de la justicia que asiste a toda sociedad para pronunciar
su libertad y defenderla a par de la vida de sus
individuos; de la inutilidad de cuantos esfuerzos se
hagan, de cuantos diques se opongan para contener
este sagrado torrente, una vez que haya emprendido
su curso majestuoso y sublime”, y “de que es imposible”,
para ser independiente, “vivir sujetos a tutela”.6
¿Qué clase de individuo era éste que se expresaba
y actuaba así siendo peninsular, del mismo modo
que Francisco Javier Mina, otro carismático español
tan excepcional y caballeroso como el general Prim,
que en su momento dieron ejemplar muestra de su
rectitud ideológica y calidad moral en la historia
de México? Sujeto pundonoroso, amable, con una
dignidad, gallardía y fortaleza alejada de juicios
oscuros, don Juan de O’Donojú y O’Ryan, irlandés
de origen por los cuatro costados, nació en la
ciudad de Sevilla el 1º. de agosto de 1762, hijo de
Ricardo Dumphi O’Donojú, natural de Glansfeshk,
y de Alicia O’Ryan, originaria de la isla de Inch, en
el condado de Donegal, provincia de Ulster, cuyos
progenitores descendían a su vez de familias que
llegaron a España huyendo de las persecuciones
religiosas de que eran objeto los católicos en su
lugar de origen.7
Huérfano a los ocho años de edad, O’Donojú
—que desde muy joven se distinguió por sus grandes
aptitudes militares— ingresó al ejército español como
cadete del Regimiento de Ultonía en 1782; tres años
más tarde ostentaba ya el grado de subteniente.8 Siendo capitán general de Andalucía, combatió
valerosamente a las fuerzas napoleónicas que invadieron
a su país, pero nunca fue adicto a Fernando
VII, por su disposición absolutista.
Afiliado al liberalismo y a la masonería española,
de la que fue un prominente protagonista, durante la
Regencia de 1814 fue teniente general del ejército y
ministro de Guerra y Marina, empleo del cual hubo
de separarse por su oposición al nombramiento de
general en jefe de todas las tropas de la Península en
Lord Wellington, y habiéndose comprometido en una
conspiración contra Fernando VII, fue condenado
a prisión durante cuatro años en el castillo de San
Carlos de Mallorca, donde fue brutalmente torturado,
quedándole para siempre varias señales en su cuerpo
y en los dedos de las manos.
Restablecido el régimen monárquico constitucional,
fue nombrado jefe político de Sevilla, pero apoyado
posteriormente por diputados americanos de ideas
avanzadas que influían poderosamente en las logias
masónicas,9
especialmente por Miguel Ramos Arizpe,
fue designado, no por el rey sino por el Ministerio de
Ultramar, capitán general y jefe superior político de la
Nueva España el 25 de enero de 1821. No obstante, las
instrucciones sobre los deberes que debía llevar en este
cargo las recibió el 2 de marzo de ese mismo año,10 y
no se hizo a la vela en la fragata Asia —en la que volvió
a España el depuesto virrey Apodaca—, sino hasta el
30 de mayo, llegando a las costas de Veracruz, como
hemos visto, dos meses después.
Una vez firmado el Tratado de Córdoba,
O’Donojú se dirigió a Puebla con Iturbide y desde
ahí trató de convencer al virrey provisional, Novella,
de que depusiera las armas y se rindiera, lo que aconteció
después de la reunión de éste con O’Donojú
e Iturbide en la hacienda de la Patera, muy cerca de
la ciudad de México, el 13 de septiembre de 1821. Una vez firmado el Tratado de Córdoba, O’Donojú se dirigió a Puebla con Iturbide y desde ahí trató de convencer al virrey provisional, Novella, de que depusiera las armas y se rindiera. De suerte que, hallándose cuatro días después don
Juan en Tacubaya, se dirigió, gozoso y optimista, a los habitantes de Nueva España, expresándoles:
Mexicanos de todas las provincias de este vasto imperio,a
uno de vuestros compatriotas, digno hijo de patria tan hermosa,
debéis la justa libertad civil que disfrutáis ya, y será
el patrimonio de vuestra posteridad; empero un europeo
ambicioso de esta clase de glorias quiere tener en ellas la
parte a que puede aspirar, ésta es la de ser el primero por
quien sepáis que terminó la guerra [...] cesaron felizmente
las hostilidades sin efusión de sangre; huyeron lejos de
nosotros las desgracias que de muy cerca nos amenazaban;
el pueblo disfruta las dulzuras de la paz; las familias se
reúnen y vuelven a estrechar los vínculos de la naturaleza
que rompió la divergencia de opiniones, y bendice a la
Providencia que hizo desaparecer los horrores de una guerra
intestina, substituyendo a las convulsiones de la inquietud
las delicias de la tranquilidad; al odio, amor, y a las hostilidades,
amistad e intereses recíprocos. Amaneció el día
tan suspirado por todos en que el patriotismo exaltado se
redujo a sus verdaderos y justos límites; en que los antiguos
resentimientos desaparecieron; en que los principios luminosos
del derecho de gentes brillaron con toda su claridad.
¡Loor eterno y gracias sin fin al Dios de las bondades que
usa así con nosotros de su misericordia!
O’Donojú culminó su discurso diciendo, como
si se tratara de una premonición, que:
Instalado el gobierno acordado en el tratado de Córdova,
yo seré el primero a ofrecer mis respetos a la representación
pública. Mis funciones quedan reducidas a representar al
gobierno español, ocupando un lugar en el vuestro conforme
al dicho tratado; a ser útil en cuanto a mis fuerzas
alcancen al americano, y a sacrificarme gustosísimo por
todo lo que sea un obsequio de mexicanos y españoles.11
Así, los días 23 y 24 de ese mes de septiembre,
los coroneles José Joaquín de Herrera y Vicente Filisola
ocuparon la capital del virreinato en nombre de Iturbide, y se escogió el jueves 27 para festejar
solemnemente el gran acto de la consumación de la
Independencia nacional. Ese día Iturbide celebraba
el trigésimo octavo aniversario de su natalicio.
O’Donojú presenció desde el balcón principal del
Palacio Virreinal la entrada triunfal del Ejército de las
Tres Garantías, y entregó el mando provisionalmente
al “Generalísimo” Agustín de Iturbide, “Primer Jefe
de los Ejércitos Imperiales”, con lo que cumplía lo
convenido en Córdoba. Al día siguiente sería firmada
el Acta de Independencia.
Al entregar el poder a Iturbide, O’Donojú expresó
su deseo de retirarse a la vida privada y aceptó vivir en
el país que había ayudado a independizar, puesto que
no podía volver a España, donde estaba ya consciente
de que sería declarado traidor.
Sin embargo, Iturbide, convencido de la autoridad
moral de que gozaba O’Donojú entre los mexicanos
gracias a su limpia y generosa actitud, lo invitó a formar
parte de la regencia del imperio. Y aunque don
Juan aceptó, nunca desempeñó este nuevo cargo, porque
el mismo día en que se instaló la Suprema Junta
Provisional Gubernativa, a que fue convocado, y en
la segunda sesión en que fue invitado para redactar y
firmar el Acta de Independencia (28 de septiembre),12
O’Donojú se ausentó y no suscribió dicho documento,
contrariado por la oposición que observó en el
grupo iturbidista contra los insurgentes y liberales
más destacados para que hicieran lo propio.13
Al respecto dice el historiador Carlos María Bustamante,
testigo de esa época:
La entrada del ejército trigarante en México hizo creer a
muchos que la revolución estaba concluida: no pensó
así el General D. Juan O’Donojú, cuando concurrió a la
junta primaria preparatoria y notó no poca animosidad
en el Señor Iturbide y los suyos, disputando con D. José
María Fagoaga, sobre diversos puntos y bases en que debería
cimentarse aquella corporación; sobre si deberían ser
12 Actas constitucionales mexicanas
(1821-1824). Tomo I. Diario de las
sesiones de la Soberana Junta Provisional
Gubernativa del Imperio Mexicano,
instalada según previenen el Plan de
Iguala y Tratados de la villa de Córdoba.
Introducción y notas de José
Barragán. México: unam-Instituto
de Investigaciones Jurídicas, 1980,
p. 9-11. 13 Es digno de hacer notar, como
lo precisa puntualmente Manuel
Cortina Portilla en su libro, El acta de
Independencia de México y sus signatarios,
p. 10, que de los 38 miembros
de la Junta Provisional Gubernativa,
tres más no firmaron, como
O’Donojú, “por razones desconocidas”,
y ellos fueron Francisco Severo
Maldonado (editor del periódico
insurgente el Despertador Americano),
José Domingo Rus y Miguel Sánchez
Enciso. Sin embargo, la posteridad
no reconoce sino a O’Donojú como
signatario, tal vez porque en los dos
pergaminos empleados para dicha
acta se tuvo el cuidado de abrir un
espacio (lo que no sucedió con los
otros tres vocales) con la leyenda “lugar
de la firma del S. O’Donojú”, que
éste nunca suscribió, como se puede
cotejar en el único ejemplar del acta
que hoy existe bajo la custodia
del Archivo General de la Nación. El
otro ejemplar que se conservaba en
el salón de sesiones de la Cámara de
Diputados fue destruido por el fuego
que consumió el recinto el día 22 de
tres o cinco los regentes del imperio y otros. Tampoco los
que vieron escoger al señor Iturbide por vocales al mayor
número posible de nobles, que como educados en diverso
sistema, y destituidos de ideas liberales, no eran los más
aptos para el desempeño de aquellas augustas funciones,
y a otra clase de personas que para formar su fortuna
necesitaban de la protección de un jefe que por entonces
era el árbrito de los destinos de la nación mexicana.14
La casi intempestiva muerte de O’Donojú, ocurrida
el 8 de octubre, once días después de que México
había amanecido a la libertad, no dejó de causar
sospechas de una conspiración contra su persona.
Sin embargo, no existen pruebas al respecto.
Lo que sí llama la atención es la indiferencia con
que se comportaron a lo largo de la enfermedad y
muerte de O’Donojú los miembros de la Junta Provisional
Gubernativa quienes, a invitación de Iturbide,
discutieron si concurrirían o no a los funerales y pé-
same “como particulares” o “a nombre o de parte de
la Suprema Junta, pero no con su representación.”15
O’Donojú, según la Gaceta Imperial de México,
murió “de pulmonía y dolor pleurítico” a las cinco
y media de la tarde, después de una larga agonía de
“siete días de consulta y juntas del Protomedicato
para elegir lo mejor.”16
Horas después de su muerte fue embalsamado y
sus restos fueron sepultados al día siguiente, con una
numerosa concurrencia popular, en la bóveda del Altar
de los Reyes de la Catedral Metropolitana, con los honores
de virrey y sus atavíos de caballero de la orden de
Alcántara, la Gran Cruz de Carlos III y las de las reales
y militares de San Hermenegildo y de San Fernando.
En dicho acontecimiento, Vicente Guerrero se
dirigió a la división de su mando, diciendo:
El fallecimiento del Excelentísimo señor don Juan
O’Donojú, vocal que fue de la Regencia del Imperio,
teniente general de los ejércitos españoles, etc. etc. ha llenado de amargura mi corazón. Ninguna expresión será
bastante para manifestar mi sentimiento por la pérdida de
este profundo político, que en tan corto tiempo dio a mi
cara patria las pruebas menos equívocas de predilección.
No dudo que los señores jefes y oficiales de la división
de mi mando, poseídos de estos mismos sentimientos,
procurarán sensibilizarlos a la vista del gran México [...]
y unirán conmigo sus votos para implorar del trono de
las misericordias el eterno descanso de una alma digna
de nuestro reconocimientoy gratitud.17
Al morir O’Donojú a los 59 años de edad, dejó
viuda a doña María Josefa Sánchez-Barriga Blanco,
originaria de Sevilla, con quien tuvo tres hijos que
murieron jóvenes, según se expresa en los testamentos
que esta señora otorgó en la ciudad de México, los
días 9 de octubre de 1840 y 20 de julio de 1842.18
Y aunque Iturbide concedió a dicha mujer una
pensión anual vitalicia de 12 mil pesos, murió ésta
en la mayor miseria en la ciudad de México, casi 21
años después, el 20 de agosto de 1842.19
De no haber muerto O’Donojú tan intempestivamente,
quizá el desenlace del primer imperio mexicano
en el siglo xix no hubiera sucumbido de la
manera en que terminó, tan prematuramente, con
la ceguera con que actuó Agustín de Iturbide. Por ello,
no en balde expresó Joaquín Fernández de Lizardi a
éste, en su pésame, que con el deceso de O’Donojú,
aquél había “perdido un virtuoso colega, un noble
amigo y un varón ilustre, a todas luces benemérito,
que le habría ayudado, sin duda, a dirigir las riendas
del gobierno con acierto.20
17 José María Bocanegra., op. cit.,
I, p. 36-37. 18 Carlos María de Bustamante,
en sus Apuntes para la historia del
gobierno del general don Antonio López
de Santa-Anna… (México: Imp. de J.
M. Lara, 1945), dice lo siguiente, en
la página 76: “El día 20 de agosto
(1842) murió, víctima de la indigencia,
la señora doña María Josefa
Sánchez de O’Donojú, la cual subió
a tal punto como que hubo días
que solo se alimentó con café, pues
se le dejó de pagar la pensión de 12
mil pesos que le había señalado el
Congreso en remuneración de los
servicios hechos a la Independencia
por su esposo; ¿tan pronto se olvidaron?
Esta desgraciada señora no
podía regresar a su patria por haber
proscripto a su familia Fernando VII”. 1
Ignacio González-Polo. Doctor en Historia, investigador del Instituto de Investigaciones Bibliográficas. Boletín, vol. xi, núms. 1 y 2, México, primer y segundo semestres de 2006 33 D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. 34 Ignacio González-Polo
1 Apud Ernesto de la Torre Villar, “Juan O’Donojú (1821)”, en Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos. 2 v. México: Editorial Porrúa, 1991. (Biblioteca Porrúa, 102): II, p. 1487.
2 Idem.
3 Idem. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
36 Ignacio González-Polo
9 Jaime Delgado. España y México en el siglo xix. 3 v. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones–Instituto Fernando González de Oviedo, 1950: I, p. 39-55. 10 Vid. “Instrucciones dadas a don Juan O’Donojú”, en Instrucciones y memorias de los virreyes..., II, p. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas 1489-1499. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
38 Ignacio González-Polo
11 José María Bocanegra. Memorias para la historia de México independiente. 1822-1846. 3 v. Introducción de Patricia Galeana de Valadez. México: Instituto Cultural Helénico / Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana / Fondo de Cultura Económica, 1987. (Clásicos de la Historia de México): I, p. 35-36. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. 39 Don Juan O’Donojú, un benemérito gobernante...
D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. agosto de 1872. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. 40 Ignacio Gonzá
14 Carlos María de Bustamante. Continuación del Cuadro histórico de la revolución mexicana. 4 v. Intr. de Jorge Gurría Lacroix. México: Publicaciones de la Biblioteca Nacional [1953]: I, p. 12. 15 En el transcurso de las sesiones que tuvieron efecto en la Suprema Junta Gubernativa, del día 29 de septiembre al 8 de octubre de 1821, no existe una sola línea o comentario en sus actas sobre el estado de salud o ausencia de O’Donojú, y eso que se trataba nada menos que del segundo regente del imperio mexicano. Vid. “Diario de las sesiones de la Soberana Junta Provisional”, en Actas Constitucionales Mexicanas (1821-1824), p. 12-33. 16 Gaceta Imperial de México. México: I, núm. 6, octubre 11, 1821, p. 35-36. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. 41 Don Juan O’Donojú, un benemérito gobernante...
9 Muñoz Altea, op. cit. 20 Pésame que el Pensador Mejicano da al Excelentísimo Señor Generalísimo de las Armas de América don Agustín de Iturbide… [Mexico]: Imprenta Imperial de don Alejandro Valdés, 1821, p. 2. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. D. R. © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
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