Félix Nussbaum, de nuevo...
Ya me conocéis: soy un poquitín obsesiva. Desde el día que vi el autorretrato de Nussbaum en el Museo Thyssen, hace unos meses, me propuse conocer alguna cosa más sobre un pintor que me había resultado completamente desconocido hasta ese momento. Pedí un libro a Amazon:Art and exile, Félix Nussbaum: 1904-1944, catálogo de una exposición que se llevó a cabo en el Museo judío de Nueva York.
El libro consta de tres ensayos y una cronología, y aunque muchas de las ilustraciones son en blanco y negro (cosa lamentable tratándose de pintura), resultó lo bastante interesante y amplio como para que yo pudiera formarme una idea más clara de la peripecia (trágica) de la vida y la muerte de este pintor alemán, así como de los avatares de su obra, desconocida (prácticamente), hasta 1970.
Mi cartero, insensible ante el contenido del sobre que llevaba dentro el catálogo, dobló el libro para introducirlo en el buzón. Así que llevo dos semanas planchándolo con mi tesis de doctorado (que para algo deben servir estas tesis ¿no?) y por fin, esta tarde le he hincado el diente.
Resulta curioso saber cómo su obra fue redescubierta: casi por azar. Cómo, en 1970, sólo se conocía una etapa temprana de su pintura con visibles influencias de la pintura de Van Gaugh, y cómo, poco a poco, tras muchas investigaciones y contactos con quienes le habían conocido (e incluso con quienes le habían presumiblemente, explotado), en sus épocas más negras, poco a poco se fue conociendo esa obra suya original, personal, desgarradora, lúcida y terrible, que surgió del miedo, del horror que padeció y que finalmente le costaría la vida.
En 1970, pocos conocían el nombre de Nussbaum, pero una exposición de pintores de su ciudad natal, y la intervención de una periodista curiosa, propiciaron este descubrimiento.
Parte de la obra de Nussbaum estaba en manos ajenas a las de su familia: en las de el Dr. Grosfils, a quien el propio pintor había pedido que tutelara sus obras en sus últimos años de exilio en Bruselas, cuando se escondía de la Gestapo. Se sabe que este Dr. llegó a commprarle obras por valor de un franco por lienzo. El Dr., cuando fue requerido por la familia para entregar el legado de Nussbaum que obraba en su poder, no sólo se negó, sino que exigió por medio de los tribunales una exorbitante suma por los gastos de almacenar las obras de Nussbaum, aunque éstas finalmente llegaron en estado calamitoso (ya que habían sido guardadas en un sótano sin medidas de conservación), al museo de Osnaebrück donde todo comenzara.
Después de 1970, el proceso de recuperación de obras desconocidas prosiguió a distinto ritmo. Se encontraron obritas menores, dibujos juveniles o retratos hechos por encargo, pero en 1974, aparecieron las obras que hoy causan mi admiración, aquellas que reflejaban la época que le tocó vivir: la de la persecución nazi, la de los campos de concentración, la del horror y la muerte en lienzos conservados por la familia de uno de los que les cobijaron en su exilio belga: la familia Billaestraet.
Estos lienzos nos muestran aquello que expresa Bertold Brecht en un poema que inicia este volumen:
El libro consta de tres ensayos y una cronología, y aunque muchas de las ilustraciones son en blanco y negro (cosa lamentable tratándose de pintura), resultó lo bastante interesante y amplio como para que yo pudiera formarme una idea más clara de la peripecia (trágica) de la vida y la muerte de este pintor alemán, así como de los avatares de su obra, desconocida (prácticamente), hasta 1970.
Mi cartero, insensible ante el contenido del sobre que llevaba dentro el catálogo, dobló el libro para introducirlo en el buzón. Así que llevo dos semanas planchándolo con mi tesis de doctorado (que para algo deben servir estas tesis ¿no?) y por fin, esta tarde le he hincado el diente.
Resulta curioso saber cómo su obra fue redescubierta: casi por azar. Cómo, en 1970, sólo se conocía una etapa temprana de su pintura con visibles influencias de la pintura de Van Gaugh, y cómo, poco a poco, tras muchas investigaciones y contactos con quienes le habían conocido (e incluso con quienes le habían presumiblemente, explotado), en sus épocas más negras, poco a poco se fue conociendo esa obra suya original, personal, desgarradora, lúcida y terrible, que surgió del miedo, del horror que padeció y que finalmente le costaría la vida.
En 1970, pocos conocían el nombre de Nussbaum, pero una exposición de pintores de su ciudad natal, y la intervención de una periodista curiosa, propiciaron este descubrimiento.
Parte de la obra de Nussbaum estaba en manos ajenas a las de su familia: en las de el Dr. Grosfils, a quien el propio pintor había pedido que tutelara sus obras en sus últimos años de exilio en Bruselas, cuando se escondía de la Gestapo. Se sabe que este Dr. llegó a commprarle obras por valor de un franco por lienzo. El Dr., cuando fue requerido por la familia para entregar el legado de Nussbaum que obraba en su poder, no sólo se negó, sino que exigió por medio de los tribunales una exorbitante suma por los gastos de almacenar las obras de Nussbaum, aunque éstas finalmente llegaron en estado calamitoso (ya que habían sido guardadas en un sótano sin medidas de conservación), al museo de Osnaebrück donde todo comenzara.
Después de 1970, el proceso de recuperación de obras desconocidas prosiguió a distinto ritmo. Se encontraron obritas menores, dibujos juveniles o retratos hechos por encargo, pero en 1974, aparecieron las obras que hoy causan mi admiración, aquellas que reflejaban la época que le tocó vivir: la de la persecución nazi, la de los campos de concentración, la del horror y la muerte en lienzos conservados por la familia de uno de los que les cobijaron en su exilio belga: la familia Billaestraet.
Estos lienzos nos muestran aquello que expresa Bertold Brecht en un poema que inicia este volumen:
Siempre encontré falso el nombre que nos dieron: emigrantes.
Quiere decir aquellos que dejan su país. Pero nosotros
no nos fuimos, no escogimos
por nuestra propia voluntad, otra tierra. Ni entramos
en esa tierra para quedarnos, si era posible, para siempre.
Simplemente, huimos. Nos sacaron, nos prohibieron quedarnos.
No un hogar, sino un exilio será la tierra que nos acogió.
Sin descanso esperamos, lo más cerca posible de la frontera,
esperamos el día del regreso, cada pequeña alteración
observando tras las fronteras, preguntando con celo
en cada arribada, sin olvidarnos nada, sin renunciar a nada
y sin perdonar nada de lo que pasó, perdonando nada.
Ah, el silencio del Sonido no nos decepciona. Oímos
los gritos de los campos también aquí. Sí, nosotros mismos
somos casi como rumores de crímenes
escapados a través de la frontera. Cada uno de nosotros
que con zapatos rotos caminamos entre la multitud
somos testigos de la vergüenza que ahora asola nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros
se quedará aquí. La palabra final
aún no ha sido dicha.
Quiere decir aquellos que dejan su país. Pero nosotros
no nos fuimos, no escogimos
por nuestra propia voluntad, otra tierra. Ni entramos
en esa tierra para quedarnos, si era posible, para siempre.
Simplemente, huimos. Nos sacaron, nos prohibieron quedarnos.
No un hogar, sino un exilio será la tierra que nos acogió.
Sin descanso esperamos, lo más cerca posible de la frontera,
esperamos el día del regreso, cada pequeña alteración
observando tras las fronteras, preguntando con celo
en cada arribada, sin olvidarnos nada, sin renunciar a nada
y sin perdonar nada de lo que pasó, perdonando nada.
Ah, el silencio del Sonido no nos decepciona. Oímos
los gritos de los campos también aquí. Sí, nosotros mismos
somos casi como rumores de crímenes
escapados a través de la frontera. Cada uno de nosotros
que con zapatos rotos caminamos entre la multitud
somos testigos de la vergüenza que ahora asola nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros
se quedará aquí. La palabra final
aún no ha sido dicha.
Emily D. Bilski (comisaria), Art and Exile, Felix Nussbaum 1904-1944. With essays by Peter Junk, Sybil Milton, Wendelin Zimmer, The Jewish Museum, New York, 1985.
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